A naufragar
sábado, 18 de junio de 2011
jueves, 16 de junio de 2011
The Beach Boys - Caroline No
Where did your long hair go
Where is the girl I used to know
How could you lose that happy glow
Oh Caroline, no
Who took that look away
I remember how you used to say
You'd never change but that's not true
Oh Caroline, you
Break my heart, I want to go and cry
It's so sad to watch a sweet thing die
Oh Caroline, no
Could I ever find in you again
Things that made me love you so much then
Could we ever bring them back once they have gone
Oh Caroline, no
martes, 28 de julio de 2009
Hipótesis del conejo
sigue acá
lunes, 27 de julio de 2009
No retornable
NO-RETORNABLE
(revista literaria virtual)
http://www.no-retornable.com.ar/
-La imagen lo es todo
En este dossier nos proponemos analizar la dimensión de la imagen en sus aristas políticas, sociales y literarias.
Ensayos sobre el imaginario
Jean Baudrillard, Alejandro Boverio, Guido Leonardo Croxatto, Sol Echevarría, Jorge Hardmeier, Martin Heidegger, Luciano Lutereau y Andrés Valdez Zepeda
Imagen del escritor y su escritura
William Burroughs, Roberto Arlt, Juan José Saer, Daniel Link y Diego Grillo Trubba
Ficciones: una puesta en abismo
Charles Bukowski, Carlos Gardini, Fabián Casas, Jimena Néspolo y Javier Núñez
-Debatir Malvinas
Desgrabaciones de la Jornada organizada por la revista en la Biblioteca Nacional, en la que se habló sobre las ficciones literarias, la memoria e historiografía sobre Malvinas.
-Meter el verso
Selección de cinco poetas contemporáneos: Soledad Castresana, Gabriel Cortiñas, Valeria Meiller, Bruno Petroni y Verónica Viola Fisher.
-Contate algo
Acá te acercamos, para que puedas leer online, relatos de Mariano Buscaglia, Fernanda García Curten, Laura Galarza, Gustavo Nielsen y Hernán Ronsino.
-39 preguntas a Alan Pauls
Un recorrido caprichoso por sus novelas, su concepción de la literatura, la academia, los blogs, lo contemporáneo, las obsesiones, la intimidad y la política. Por Nurit Kasztelan.
-Laberintos
Imágenes del artista visual Gustavo Eandi
-¿Qué hay de nuevo?
Reseñas de libros editados o re-editados recientemente al alcance de los lectores, los curiosos, los chismosos y los amantes de la crítica literaria.
Sólo para fans: Paddy, otra vez
domingo, 26 de julio de 2009
Grammatically yours
Revisemos un par de ejemplos de este particular comportamiento en un ejercicio que obligaba a “completar las oraciones”:
–Me casaría otra vez… si mi padre tuviera más dinero: ¿qué clase de desquiciado puede imaginar una oración así? La leo una y otra vez y no logro imaginar una situación en la que eso pudiese tener algún asidero. Psicoanalista con fritas para la mesa 4, por favor.
–Si yo escribiera novelas,… me llamaría Dr. George: ¿por qué? ¿de qué estás hablando, Willis?
–Si nos hablaras de tus planes… nosotros podríamos preparar la cena: ¿vos me estás jodiendo?
–Esta habitación tendría más luz… si las ventanas estuviesen fuera: ¡¿fuera de dónde, pedazo de demente?! ¿eh? ¡¿fuera de dónde, contestame, contestame?! ¡¿de dónde, por amor de Dios, fuera de dónde?!
–Todo sería maravilloso… si las chicas vistieran solamente traje de baño: un breve rapto de lucidez gringa.
Para terminar, una perlita que está nominada en el rubro “Mejor oración absurda del año”:
“El hombre no se fue,… porque ya se había ido antes”
lunes, 20 de julio de 2009
Los cuatrocientos conejos
Lo que no deja de ser curioso es ver otra vez la figura del conejo asociada a un cambio, a un pasaje entre coordenadas perceptivas; ya no en representaciones modernas sino en la dimensión mítica de una cosmovisión bien diferente, que –sin embargo– coincide en ver la potencia desestabilizadora de nuestro inquietante animal.
viernes, 17 de julio de 2009
Cat Power
Esperé durante años un show de Cat Power en Buenos Aires. Me perdí aquel famoso primer show para unos pocos, creo que en 2001, con ella sola sin banda, así que con éste iba a saldar una cuenta.
La banda, perfecta, llena de blues, especialmente el guitarrista (que, hasta donde vi, no usó ningún pedal, cosa que me encantó), y la iluminación me parecían por momentos muy lyncheanas, pero sin el componente siniestro (o sea, no). Pero lo que más me gustó fue la ausencia de diálogo, de comunicación verbal con los que estábamos ahí, que lo único importante fuera la música; al comienzo salió la banda, se tomaron el tiempo para ajustar los equipos, acoplar e intercambiar palabras entre ellos (lo que introdujo desde el primer minuto el clima de intimidad), comenzaron a tocar y al rato salió Chan directamente para cantar. Después, las canciones se sucedieron casi sin espacio entre una y otra. Prácticamente, ese clima no se rompió en toda la noche. El final en un español chapuceado y extraño fue con "Angelitos negros", uno de los momentos más dramáticos de la noche (quizás junto a una versión extremada y bellamente deformada de "I don´t blame you").
Las únicas palabras que se escucharon estuvieron dentro de las canciones. Gracias, Chan.
viernes, 10 de julio de 2009
Conejos
lunes, 8 de junio de 2009
Canciones pegajosas
lunes, 20 de abril de 2009
La Nueva Luna Rosa
Volvió a salir la Pinkmoon.
Vía Lunes felices llega la noticia de que la mejor no revista musical de la web está otra vez entre los vivos y los no tanto. El pequeño y alienado ambiente indie tiene lo que se merece.
Imperdibles las clásicas secciones como Por Dio callate, donde hay declaraciones de las rockstars porteñas, que regala joyas como éstas:
–¿Con este disco esperan llegar a mucha más gente?
Sebastián: –No, para nada. El público pueden ser diez, diez mil o cien mil. Como le pasó a Velvet Underground, que no tenían muchos seguidores.
(Sebastian Carreras - pagina 12 6 diciembre 08)
Si Entre Rios es Velvet Undergound, ¿Rosario es Nico? ¿Lucena es Cale? ¿Romina D'Angelo es Moe Tucker? ¿Sebastián es Lou?.... y Palito es Warhol??!!
O las 5 diferencias, esta vez entre Calamaro y una tira de fizz.
O un repaso de lo que quedó de la escena de los noventa:
Paoletti- Abogado
Dargelos - Millonario
Rosario Blefari - Adolescente
Bochaton - Pre adolescente
Los Brujos - Empresario
Carola Bony - Instructora de pilates
Rodrigo Martin - lider de una gran banda
Ariel Minimal - Juan Carlos Baglietto
y sigue...
Y mucho más.
¡A leer!
domingo, 19 de abril de 2009
Superstar
Gracias a él supe que Tura Satana tuvo un romance con Elvis y que la canción "Superstar" (de Leon Russell y Bonnie Bramlett) que tocaban los Carpenters originalmente se llamaba "Groupie" y había sido inspirada por una novia de Eric Clapton.
Long ago, and, oh, so far away
I fell in love with you before the second show.
Your guitar, it sounds so sweet and clear, but you’re not really here.
It’s just the radio.
Don’t you remember you told me you loved me baby?
You said you’d be coming back this way again baby.
Baby, baby, baby, baby, oh, baby.
I love you, I really do.
Loneliness is such a sad affair, and I can hardly wait to sleep with you again.
What to say, to make you come again?
Come back to me again, and play your sad guitar.
http://www.blogger.com/www.groupieblog.wordpress.com
viernes, 6 de marzo de 2009
Las teorías salvajes
Ya muchos hablaron del libro de Pola Oloixarac, así que sólo escribo unos pequeños apuntes:
1. En términos de repercusión, el plan de Las teorías salvajes era simple y efectivo (¡cómo no se le (me) había ocurrido a otro antes!): meterse con Puán y los setenta en un registro paródico necesariamente iba a generar revuelo (además de que la novela está sostenida por una arquitectura literaria elegante y divertida, claro).
2. El final, que parodia "El Aleph" en clave política e histórica, ya está entre los mejores finales de la literatura argentina (no creo estar exagerando demasiado).
3.1 El haber tomado a Ranni como uno de los íconos ochentosos de la representación de los setenta es de una sublimidad absoluta.
4. El tono paródico paródico y divertido de la novela tiene, en un nivel más profundo, una intención de pensar el núcleo de violencia que nos constituye. La relación entre política y sexualidad, entre posiciones políticas y posicionamientos del cuerpo (en más de un sentido) es un tópico de la literatura argentina desde “El matadero”; quizás Las teorías señalen el momento final de ese esquema.
5. Es la primera novela en la que se cita a Morrisey (creo).
7. Kamtchowsky (blogger, entre otras cosas) reescribe el diario de su tía desaparecida, lo comienza a pasar a máquina cuando tiene once años. Ese cambio de tecnología se reescribe cuando es ya una joven y en lugar de pretender cambiar el mundo hackea Google Earth: es gracioso; aunque si uno entiende eso como el agotamiento de la dimensión épica en una joda adolescente es un poco triste.
8. "Los más leves signos de la noche me parecen overturas de masacres" (página 97).
viernes, 27 de febrero de 2009
Festival
Viernes 6 de marzo:
Atlas Santa Fe 1: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Nina Simone, Love Sorceress... Forever, de René Letzgus (2008, 79')
17.20: Loquillo: leyenda urbana, de Carles Prats (2008, 110')
19.30: Johnny Cash at Folsom Prison, de Bestor Cram (2008, 97')
21.30: The Clash, Westway to the World, de Don Letts (2000, 80') Clip soporte: "Día del huracán", de El Mato a un Policía Motorizado, de Mariano Goldgrob.
23.15: Kurt Cobain: About a Son, de Aj Schnack (2006, 96'). Clip soporte: "Music Dealer", de Nussbaum, de Marcos Medici.
01.15: Joy Division, de Grant Lee (2007, 96').
Atlas Santa Fe 2: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: The Godfather of Disco, de Gene Graham (84')
17.00: Caledonia Dreamin’ (The Sound of Young Scotland), de John MacLaverty (59') + Edwyn Collins: Home Again, de Paul Tucker (74')
20.00: Algo va a pasar, de Leandro Listorti (65')
21.30: Metal: A Headbanger’s Journey, de Sam Dunn (96')
23.30: End of the Century: The Story of the Ramones, de Jim Fields y Michael Gramaglia (108')
01.30: Everyone Stares: The Police Inside Out!, de Stewart Copeland (74')
Atlas Recoleta: Guido 1952, Capital Federal. Teléfonos: 4322-8866/8936/8986
15.00: The US vs. John Lennon, de David Leaf y John Scheifeld (100')
17.00: Made in Sheffield: The Birth of Electronic Pop, de Eve Wood (52')
18.15: Celia The Queen, de Joe Cardona y Mario de Varona (84')
20.15: Hay lo que hay, de Ezequiel Muñoz (60')
21.40: NY77 The Coolest Year in Hell, de Henry Corra (87')
23.30: Public Enemy: Welcome to the Terrordrome, de Robert Patton (104')
01.30: Sonic Youth: Sleeping Nights Awake, de Michael Albright (85')
Sábado 7 de marzo:
Atlas Santa Fe 1: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Vinicius, de Miguel Farra (120')
17.30: Nina Simone: Love, Sorceress, Forever, de René Letzgus (80')
19.30: Oasis: Lord Don’t Show Me Down, de Ballie Walsh (94')
21.30: Babasónicos, de Daniel Melero y Agustín Carbonere (60')
23.00: Fearless Freaks: The Flaming Lips, de Bradley Beesley y Mark Mike Shepperd (100'). Clip soporte: The Tormentos - Il Diavolo In Corpo, de Berta Muñiz.
01.20: Sonic Youth: Sleeping Nights Awake, de Michael Albright (85'). Clip soporte: "Bddda!", de Los Peyotes, de Pablo Fusco
Atlas Santa Fe 2: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Caledonia Dreamin’ (The Sound of Young Scotland), de John MacLaverty (59') + Edwyn Collins: Home Again, de Paul Tucker (74')
17.50: The Clash Westway to the World, de Don Letts (80')
19.45: Beastie Boys: Awesome I Fucking Shot That, de Adam Yauch (90')
21.45: La cocina, de Jorge Villar (2008, 100’)
23.45: The Pixies: LoudQuiteLoud, de Stephen Cantor y Matthew Galkin (85')
01.30: The Rolling Stones: Gimme Shelter, de Albert Maysles, David Maysles y Charlotte Zwerin (90')
Atlas Recoleta: Guido 1952, Capital Federal. Teléfonos: 4322-8866/8936/8986
15.00: The US vs. John Lennon, de David Leaf y John John Scheifeld (100')
17.15: Johnny Cash at Folsom Prison, de Bestor Cram (97')
19.10: Metal: A Headbanger’s Journey, de Sam Dunn (96')
21.15: The Godfather of Disco, de Gene Graham (84')
23.10: A Technicolor Dream, de Stephen Gammond (90')
01.00: End of the Century: The Story of the Ramones, de Jim Fields y Michael Gramaglia (108')
Domingo 8 de marzo:
Atlas Santa Fe 1: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Everyone Stares: The Police Inside Out!, de Stewart Copeland (74')
17.00: Kurt Cobain: About a Son, de Aj Schnack (96')
19.00: Joy Division, de Grant Lee (96'). Clip soporte: "Casi lo entiendo", de Isla de los Estados, de Eleonora Margiotta
21.00: 100 Pájaros, (sobre Los Rodríguez) de Sergio Bellotti (70')
22.45: A Technicolor Dream, de Stephen Gammond (90'). Clip soporte: "France" de Brian Storming, de Sepia
Atlas Santa Fe 2: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: The Rolling Stones: Gimme Shelter, de Albert Maysles, David Maysles y Charlotte Zwerin (90')
16.45: Work in Progress
18.00: NY77 The Coolest Year in Hell, de Henry Corra (87')
19.45: Beastie Boys: Awesome I Fucking Shot That, de Adam Yauch (90')
21.30: Fearless Freaks: The Flaming Lips, de Bradley Beesley y Mark Mike Shepperd (100')
23.35: The Pixies: LoudQuiteLoud, de Stephen Cantor y Matthew Galkin (85')
Atlas Recoleta: Guido 1952, Capital Federal. Teléfonos: 4322-8866/8936/8986
15.00: Vinicius, de Miguel Farra (120')
17.30: Loquillo: leyenda urbana, de Carles Prats (110')
20.00: Public Enemy: Welcome to the Terrordrome, de Robert Patton (104')
22.00: Celia The Queen, de Joe Cardona y Mario de Varona (84')
23.50: Made in Sheffield: The Birth of Electronic Pop, de Eve Wood (52')
domingo, 8 de febrero de 2009
Notas sobre El Chico de la Moto
“Tu madre... no está loca. Tu hermano tampoco, aunque lo piense la mayoría. Sólo está en la película equivocada. Nació en un momento inoportuno, en un lugar inoportuno. Tiene el don de poder hacer todo lo que quiere, pero no encuentra nada que desee hacer. Quiero decir "nada".” Dennis Hooper le dice estas líneas a Rusty James en un bar. Los dos están sentados de un lado de la mesa; del otro lado de esa frontera simbólica que es la mesa de ese bar, en el exilio del deseo, está El Chico de la Moto (The Motorcycle Boy). De un lado, los dos hombres se miran e intentan hablar; del otro lado, la mirada lejana del mejor Mickey Rourke señala una fisura, una distancia palpable como una amenaza, como una electricidad estática, pero alejada indefinidamente, imposible de ser clausurada: esa distancia es la que existe entre el tiempo y el tiempo ya transcurrido, entre lo que está pasando y lo que ya no es posible ser mensurado por su agotamiento, por su cambio de categoría: El Chico de la Moto está alejado del resto infinitamente porque cifra un misterio inaccesible, un poco a la manera de Bartleby: puede hacer lo que quiera pero simplemente “prefiere no hacerlo”.
En ese sentido, Rumble fish es evidentemente una película política: el espacio al que está circunscrita la narración pertenece al orden de lo cerrado, tanto para Bartleby (la oficina) como para el Motorcycle Boy (el pequeño pueblo). Ese ámbito cerrado puede ser leído como una metáfora del Estado (una forma de organización social que regula la vida), y está claro que las cuestiones jurídicas son una de las patas que sostienen la película. La crisis del deseo, la fatiga con la que mira el mundo El Chico de la Moto, su infinito aburrimiento (recordemos que en un momento dice que el único motivo por el que los otros lo habían elegido como líder era porque todo aquello de las peleas de bandas lo aburría enormemente), su mirada diferente, son cosas que no pueden ser toleradas por la Ley (el policía que finalmente lo alcanza). En algún sentido, él es como un buda, un iluminado: El Chico de la Moto, cada uno de sus gestos, cada palabra, más que dichas acariciadas por la voz, susurradas debajo o más allá de sí mismas, está atravesado por una paz infinita: ya ha dejado atrás todo, incluso el nombre propio. “No deberías haber vuelto” le dice el representante de la Ley. Pero lo que no acaba de comprender es que es que él vuelve para poder irse.
"Miramos a los animales porque nos traen noticias de otra parte. El animal guarda el secreto de la naturaleza del hombre y por eso lo interrogamos sin obtener nunca confirmación sobre nuestra propia naturaleza. Lo que el animal devuelve al hombre es su propio vacío (o, lo que es lo mismo, el vacío de sentido de su origen, del cual el animal, por principio, debía resultar una mediación)" (Link, Literatura y disidencia).
Probablemente, uno de los momentos más intensos sucede cuando el Chico de la Moto mira los peces y cuando luego los libera. La liberación de los peces es, no un sacrificio, sino la última enseñanza que le deja a su hermano Rusty James: no es la liberación de sí en una identificación con los animales, es la liberación de su hermano, para que puede romper el encierro en el que su propia imagen está (Rusty James quiebra, después, los vidrios del auto de policía que le devolvían su reflejo). La belleza del gasto está en la ausencia de finalidad productiva inmediata. Sin embargo, el final puede desautorizar esta lectura.
Cuando Deleuze habla de ciertos personajes de Melville en Crítica y clínica dice: "criaturas de inocencia y de pureza, afectados de debilidad constitutiva, pero también de una extraña belleza, petrificados por naturaleza, y que prefieren ninguna voluntad en absoluto, un vacío de voluntad antes que una voluntad de vacío (el negativismo hipocondríaco). Sólo quieren sobrevivir volviéndose piedra, negando la voluntad, y se santifican en esta suspensión. Son Cereno, Billy Budd y, más que ninguno, Bartleby". En la misma línea se puede inscribir El Chico de la Moto: la Ley no puede tolerarlo porque pertenece a una naturaleza primera, originaria, que no "es separable del mundo o de la naturaleza segunda, y ejerce su efecto en ella: revelan su vacío, la imperfección de las leyes, la mediocridad de las criaturas particulares, el mundo como un baile de disfraces".
Pero nada de esto importa. Los textos menos cercanos a la poesía tienden a cerrarse, a organizar un argumento sólido e inteligente, cosa que está al alcance de casi cualquiera. El texto poético, por el contrario, se abre constantemente, sus vacíos se derraman en exceso oximorónico hacia y desde nosotros. Uno puede querer ver en esa niebla constante que aparece a lo largo de toda la película una materialización o una objetivación de esta cualidad inaccesible. Fabián Casas dice que Rumble fish no es una película sino un poema; según Nicolás Rosa, la poesía más que un género es un sistema de interferencias: la idea alude, si entiendo bien, a una región no racional que corta el tramado sintagmático del mundo, el viento neblinoso que refresca los pulmones de los lenguajes. El viento que recorre Rumble fish.
Hoy en Radar: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/5095-872-2009-02-09.html
martes, 27 de enero de 2009
La muerte del Joven Thrasher
Los músculos de las piernas ya se me empezaban a poner duros.
Lo bueno es que como hacía mucho que no caminaba tanto me daba cuenta de cómo la sangre circulaba dentro de mí y de cómo me había olvidado de esa sensación. Hasta hace unos años atrás todavía iba a jugar al fútbol dos veces por mes al menos, pero después dejé, no fui más. Ahora me parecía como si yo fuese un muerto que volvía desde la tumba.
Íbamos caminando y pasamos por una disquería, le dije al Gato que seguro que ahí vendían merca o algo así porque hoy en día una disquería chiquita no tiene ningún sentido. Toda la gente que conocíamos ya no compraba discos.
Nos paramos en la vidriera con curiosidad, pensando en que quizás encontraríamos algo interesante. Quise prender un cigarrillo y me di cuenta de que me faltaba el encendedor.
—¿Entramos? —me dijo El Gato.
Atendía un tipo de pelo largo. Me pareció muy raro que no pusieran música. El Gato me dijo que por ahí al tipo le dolía la cabeza o algo y que por eso el local estaba en silencio. Me parece que el flaco nos escuchó porque en seguida puso cumbia. Lo miré y me sonrió, como diciendo “viste qué onda tiene esta banda”. Yo, a mi vez, lo miré como diciendo “la verdad es que no: es una garcha”. La mayoría de los discos eran de cumbia y de cantantes románticos; lo único cercano al rock´n´roll era una pequeña sección heavy metal.
—Mirá, boludo… mirá si estuviese acá El Joven Thrasher —le dije en broma al Gato.
El Gato me miró raro.
El Joven Thrasher era un personaje sobre quien El Gato contaba a veces alguna que otra historia, siempre de forma diferente y siempre muy evidentemente falsa, aunque nunca vi que reconociera que ese personaje no era real, sino que era producto de sus ganas de contar algo o del aburrimiento. Empezó a hablar acerca de él cuando estábamos en el colegio secundario, momento en el que aparentemente tenía relaciones con el Joven. Con los años siguió con la historia, aunque ya no nos la contaba a nosotros, digo a Lucía y a mí, (porque ya la conocíamos) sino que se había vuelto un relato obligatorio ante cada persona nueva que aparecía: al cabo de un tiempo, el Gato terminaba por contar alguna historia sobre El Joven. La mayor parte de las anécdotas del Joven Thrasher siempre estaban ubicadas temporalmente en nuestra adolescencia, sólo de vez en cuando introducía algún detalle más actual. Pero este día me iba a enterar de algo nuevo.
Según lo que decía El Gato, El Joven Thrasher era un flaco más o menos de nuestra edad, fanático del thrash-metal, que formaba parte de la hinchada de Tigre. Por supuesto que lo imaginábamos (porque nunca nos lo describió físicamente) vestido con chupines, botitas Topper negras, remera de Metallica o Venom, campera de cuero negra y pelo largo. Las hazañas del Joven Thrasher eran insólitas: a veces lo veíamos enfrentándose solo con veinte tipos de la hinchada de Nueva Chicago, y El Gato contaba que, aunque lo rodearan y lo cagaran a golpes, el Joven Thrasher siempre pedía más. Nunca una golpiza era suficiente para él. “Peguen, putos, peguen”, dice que decía. Otra vez contó que yendo a bordo de un colectivo casi vacío, camino a San Fernando, aprovechó que el chofer bajó en un kiosco para comprar cigarrillos y que el colectivo había quedado en marcha para ponerse él mismo al volante e irse con el bondi un par de cuadras. Levantó algunos pasajeros más y lo dejó tirado cerca del río.
Una sola vez El Gato contó algo que lo involucraba personalmente a él: parece que una noche volvían caminando de una fiesta por las calles del bajo de San Isidro. Él había tomado un poco, pero El Joven Thrasher estaba reescabiado, decía. Caminaron en silencio hasta que pasaron por una casa (supusieron que lo era) en un terreno muy grande. No es raro encontrarse por San Isidro con casas enormes y de grandes jardines, casi como mansiones. Lo extraño es que ésta parecía muy descuidada en comparación con las demás: adentro se veía todo oscuro, lleno de árboles y arbustos sin podar.
Una vegetación tan rara invitaba a la curiosidad.
Entre el terreno y la vereda había una pequeña pared de poco más de medio metro, y, cada tanto, una columna. El terreno, del que no sabían si era una casa, una mansión o qué, parecía muy grande; casi ocupaba enteramente la cuadra. A lo largo de toda la pared habían puesto, desde luego, rejas: varillitas de más o menos dos centímetros de diámetro. Hacia adentro no se veía nada porque era de noche y por todos los árboles y el pasto que había, pero los dos alcanzaban a intuir que había algo a lo lejos. Y la noche, el alcohol y el aburrimiento, los hizo más curiosos que de costumbre.
El Joven Thrasher fue el primero que habló. “Entremos”, dijo. En una situación normal El Gato se hubiera negado, hubiera tomado conciencia de que era muy peligroso y podrían ir presos. Pero la noche no parecía preparada para la duda. Además, negarse hubiese significado pasar por cobarde delante del Joven. Así que aceptó.
Empezaron a revisar las rejas buscando alguna que estuviese floja o que diera espacio para meterse. El Gato cada tanto miraba a la calle por si llegaba a venir alguien. “Estaba cagado, pero ya no podía echarme atrás”, dijo que había pensado.
—¡Vení que acá hay una que está medio floja! ¡Vamos a sacarla! —le dijo El Joven.
Entre los dos hicieron fuerza y consiguieron sacar la varilla. El Gato la quiso poner en el suelo y entrar. Pero el Joven le dijo que no, que mejor la llevaran, porque les podría hacer falta.
—Sacate el buzo y envolvételo en el brazo, por si viene algún perro —dijo también.
Nunca, decía El Gato, había estado tan asustado como en ese momento. Cuando levantó la pierna por encima de la pequeña pared y entró, sintió que se estaba mandando una cagada gigantesca. Los faroles de la calle no llegaban a iluminar nada dentro del terreno. La oscuridad era casi total, salvo por una especie de resplandor que venía desde el fondo del terreno. Todavía estaban cerca de la pared, o sea que tenían la calle ahí, a mano para volver, estaban a tiempo de irse.
Pero caminaron un poco más.
Muy muy despacio porque no sabían dónde estaban pisando. El Joven Thrasher iba adelante, pero El Gato no alcanzaba a verlo. Solamente escuchaba su voz que le decía “dale, vamos”. Esperá, dijo El Gato, y notaba que el “dale, dale” que venía como respuesta sonaba cada vez más lejano. En ese momento, “no sé cómo”, contaba, todo salió mal. No podía ver nada, así que tenía que dar pasos cortitos. Pero, aunque caminaba con mucho cuidado, igual no pudo evitar meter la pata en un pozo, o tal vez fue que pisó alguna cosa, no sé, pero la cuestión es que se cayó. Y lo hizo arriba de unas chapas o algo, porque el ruido en la madrugada de ese sábado fue tremendo.
Apenas unos segundos después, se encendió una luz en el fondo, desde donde venía el resplandor, y se escucharon ladridos de perros. Pudo haber sido solamente uno, pero El Gato imaginó una jauría. Dice que escuchó un “¿quién anda ahí?”, pero a esa altura del miedo tal vez sólo haya sido su imaginación.
Ni lo pensó. Todo duró segundos. Se levantó como pudo y salió corriendo. El buzo que llevaba envuelto en el brazo quedó tirado por ahí. Pero lo peor fue que en la desesperación por salir y escaparse, en la oscuridad, perdió el sentido de la ubicación. No lograba orientarse, ya no sabía dónde estaba el hueco, dónde estaba el lugar de la reja que habían sacado. Todo duró segundos, pero parecían décadas, contaba. Ya ni siquiera escuchaba si había más ladridos o si alguien gritaba. Al final, de casualidad (porque la hilera de rejas era muy larga), encontró el hueco. Le pareció que no era el mismo que por el que habían entrado, porque le costó más trabajo atravesarlo, tanto que casi se queda trabado.
Pero salió.
Una vez que estuvo en la calle corrió con tanta fuerza que los músculos de las piernas parecían prendérsele fuego. “Pensé que iba a entrar en combustión espontánea”, decía. Cuando llegó a la Avenida Centenario paró. Todo le hervía: las piernas, los pulmones, las ideas, el corazón. Recobró el aliento y se acordó del Joven Thrasher.
Tomó conciencia de que lo había abandonado.
Lo imaginó devorado por la salvaje jauría que el dueño de eso (porque no sabía si era una casa, un terreno abandonado, una mansión o qué) les había soltado; pensó que quizás en medio de la oscuridad El Joven había caído en un pozo (trampa, por supuesto, del terreno). Mientras esperaba el colectivo se preguntó por qué lo había hecho; por qué carajos tuvo que entrar en ese lugar del diablo, pero en el fondo, más intensamente, se preguntaba por qué había dejado solo a su amigo.
Durante un tiempo no se volvió a cruzar con El Joven; El Gato no tenía su teléfono. Cuando se veían era porque de casualidad se encontraban en la plaza o caminando por ahí. Así que por unas semanas, dejó de ir a la plaza y salía con un poco de miedo a la calle. No porque el Joven le fuese a hacer algo, sino porque le avergonzaba no poder explicar lo que había hecho: ¿cómo decir que uno fue un cobarde?
Cuando se volvieron a encontrar ninguno de los dos hizo mención a aquella noche: El Gato por vergüenza, El Joven vaya uno a saber por qué; quizás haya estado tan pasado que no se acordaba de nada, o quizás esperara que El Gato dijera algo primero, después de todo el que había estado mal era él.
Cuando le mencioné, en esa disquería horrenda, el nombre del Joven al Gato, se puso serio.
—El Joven Thrasher se murió —dijo— No sé cómo no te enteraste si hasta salió por Crónica…
—Me estás jodiendo, ¿cómo no me lo habías dicho?
—Boludo, se ahorcó en Puente Saavedra, del lado de Cabildo. Fui un quilombo terrible porque quedó colgando del puente y no lo podían bajar. Y los autos seguían pasando y el chabón ahí, como un péndulo medio macabro. Cortaron la calle y tuvieron que ir los bomberos con el camión ése que tiene la escalera ¿viste?, para ver si lo bajaban. Me contó El Gordo que habían llevado también unos reflectores para que los tipos pudieran trabajar, así que todo parecía un escenario, como si fuera un fragmento de una obra de teatro. La gente que miraba no lo podía creer. Y él colgando de la soga, con el reflector en la cara, moviéndose por el viento, por arriba de todo el mundo…
El tipo de la disquería había apagado la música otra vez. Me pareció que no tenía muchas ganas de que siguiéramos dentro; se daba cuenta de que no íbamos a comprar nada, así que dejó que el silencio y su propia mirada se volvieran insoportables. Yo tampoco tenía muchas ganas de seguir estando ahí, igual; lo que me había contado El Gato me había hecho cambiar el humor. Supuse que ya nunca más iba a volver a escuchar historias del Joven Thrasher y me entristecí.
Salimos y seguimos caminado hacia San Isidro. No faltaba mucho para que llegáramos a mi casa. La tarde se había nublado, y hubiese jurado que el frío que sentía ahora era diferente del de antes de entrar en esa disquería. El Joven había muerto.
jueves, 20 de marzo de 2008
Del fantasma
Un hombre que se ha desvanecido
hasta ser impalpable, por muerte, por
ausencia, por cambio de costumbres.
Fragmento de Antología de la literatura fantástica
Me paré frente a la puerta y no se abrió. Supuse que era debido a alguna imperfección en la posición de mi cuerpo y me moví. Intenté varias posturas y alternativas para que el dispositivo pudiera captarme, pero nada ocurría. Me dije que tal cosa no podía ser posible y me alejé de la puerta, a unos 20 metros, y resolví volver a intentar. Caminé otra vez, con impulso renovado, hacia la misma salida simulando no pensar en el desplante anterior. Seguramente se había tratado de alguna anomalía momentánea y ahora sí podría irme por fin de ese lugar. Por la puerta de al lado un hombre grosero y con pinta de viejo cheto me miró con una sonrisa burlona y lasciva, mientras su puerta se abría de par en par.
Nuevamente, nada pasó. Con una rabia que parecía heredada de siglos venideros, tuve que usar toda mi fuerza para abrir la puerta del infierno ésa; cuando había logrado abrirla unos quince centímetros, la cosa intentó una última y brutal resistencia que casi me hace pasar vergüenza frente a los parroquianos. Forcé mis músculos al máximo y finalmente pude salir. Caminé unos metros más y me di vuelta a mirar: la puerta ahora estaba abriéndose para dejar salir a la persona que venía después de mí.
Perplejo, mientras recorría el camino de vuelta a mi casa, empecé a pensar en lo sucedido. Comencé, como es lógico, a dudar de mi propia existencia (deporte que practico con fervor) y me hice algunas preguntas bastante obvias. ¿Por qué cuando yo entré el mecanismo me captó como humano, como materia, e hizo que la puerta se abriera y cuando quise salir no? ¿Acaso la visita al Unicenter nos resta humanidad, nos hace ir dejando de existir? ¿O es que nada tiene que ver el Shopping y es sólo que yo estoy sufriendo un proceso de afantasmamiento personal y privado?
Envuelto en esa clase de conjetura intrascendente y vulgar, decidí que, mejor, no voy más al Shopping.
domingo, 10 de febrero de 2008
Veinte segundos
Cuatro personas en una sala. Ahí, ahí, acá. Y allá. La distancia espacial en realidad es la misma, pero hay otras distancias además de la meramente espacial, todos lo sabemos. Por ejemplo, uno no podría de ninguna manera afirmar que entre esos cigarrillos y yo existe la misma distancia que entre The picture of Dorian Gray y yo, aunque ambos objetos estén a la misma cantidad de centímetros de mis manos, sobre la mesa. El ejemplo agota la idea.
Es casi la una. Nos estamos despidiendo; como creo recordar vagamente que una vez dijo que cantaba le hago algunas preguntas acerca del tema. Dice que lo hace en un grupo de jazz. Le pregunto por su cantante favorita, respuesta correcta: Ella Fitzgerald. Y dice que grabó algunas canciones, entre ellas “Summertime” (favorita mía y de todos, claro). No puedo evitar pedirle algunos segundos de Gershwin. Ella se niega, más por humildad que por verdadera vergüenza, pero rápidamente cambia de parecer.
Summertime,
And the livin' is easy
Fish are jumpin'
And the cotton is high
Your daddy's rich
And your mamma's good lookin'
So hush little baby
Don't you cry
One of these mornings
You're going to rise up singing
Then you'll spread your wings
And you'll take to the sky
¿Hace cuánto no te emocionás con alguien? ¿Días, semanas, meses, tal vez? Sin embargo, a veces hace falta tan poco (¡en realidad no es poco!), o mejor, alcanza con algo tan sencillo como una voz. Milagros de las personas. Una estudiante, en una sala pequeña, en Recoleta, delante de tres personas más (esa clase de intimidad), Gershwin, Ella, Cortázar (¿no se puede pensar en jazz sin pensar en Cortázar, maldita sea?), el cielo sin decidirse a llover o a caer sobre nuestras cabezas (cfr. Asterix, el galo, discursos de Abraracurcix), y la voz más dulce del mundo. Veinte segundos fuera del tiempo (¿raro, no?). En ese momento el universo se componía de una sola persona y su voz. Cuando terminó le mostré mi brazo: se me había erizado la piel.
sábado, 26 de enero de 2008
Alienación
Encontrar un sáncuche de milanesa bueno y barato cerca del Club Argentino de Ajedrez puede dar lugar a una auténtica dérive: uno se siente un poco Debord y un poco en París, al observarse siendo un cuerpo (en carne viva en busca de carne muerta) trazando recorridos absurdos en una deconstrucción urbanística de la Buenos Aires coqueta.
Igualmente, ahí termina el parecido: Debord buscaba una revolución en la vida cotidiana, una ruptura del continuum aparente que impone la sociedad capitalista, en cambio, uno sólo quiere masticarse un cacho de vaca.
La estupidez popular dice que llevamos mucha gente dentro: el enano fascista, el niño, el adolescente, el cerdo burgués, el rebelde, veinte años (en un –incierto– rincón del corazón). Pero olvida al situacionista. El mío me obligó a vagar por las excesivas calles porteñas en busca de comida, sin plan, desoyendo la voz vulgar que me recordaba los beneficios de contentarse con el indigno pero cercano pebete de jamón y queso, infame pseudocomida que, sin embargo, produce un cierto placer (inmediato: es decir, vulgar). La errancia me llevó hasta cierto arrabal, alejado del Club, austero y agauchado, en donde vendían milanesas a un precio razonable; sentado en la puerta, esperando por mi comida, casi al borde de la alucinación a causa de la hambruna, noto que del flujo de personas se recorta, como salida de una filmación precaria y un poco deteriorada por efecto del tiempo, una extraña mujer, anciana y pequeña, que se acerca hacia mí con intenciones poco claras.
—¿Y Pericles?— me preguntó afligida.
—¿Cómo dice?
—¿Dónde está Pericles? ¿Dónde?
—Mmm, creo que no lo conozco…
—Pero ¿y ahora? ¿Quién me avisa a las dos menos diez, eh?
No pude evitar la curiosidad de preguntarle qué iba a pasar a las dos menos diez. La mujer no me respondió.
—¿Usted puede avisarme a las dos menos diez?
—Y… no, yo ya me voy…
—¿Pero usted no es Pericles?
Me disculpé con la señora y le dije que ya era el momento de que me fuera: la conversación estaba yendo para un lugar que me resultaba incómodo. Me fui, mejor dicho, huí del lugar, abandoné mi milanesa a una espera perpetua, y corrí en busca de mi reflejo, en alguna vidriera, en cualquier auto. Cuando encontré un vidrio apropiado, me miré con fruición: para mi tranquilidad, yo era yo; por un momento, temí lo peor, que una mutación espontánea me hubiese afectado; durante unos segundos tuve miedo de que yo fuera Pericles. Respirando hondo comprobé que no.
¿No?
El episodio me dejó una conclusión; a veces hay que conformarse con lo que está cerca (sólo a veces); pero también una duda: ¿por qué la mujer, en lugar de esperar a que Pericles le dijera la hora, no miraba simplemente en el reloj que tenía, perfectamente en hora y funcionando, en la muñeca izquierda?