sábado, 22 de diciembre de 2007

Los Amigos Muertos

A los chicos que fuimos.


Los amigos muertos no pueden leer esto.
Los amigos muertos comen en una mesa larga y redonda, porque una de las ventajas de ser un amigo muerto es poder pensar que algo sea largo y redondo; los ojos de ellos todavía tienen algo de vida cuando se achican para representar las sonrisas, sin embargo pronto se asoma, como desde el fondo de pozo, un detalle que revela el escondido eco subterráneo de la mortaja.
Cada uno está perfectamente vivo por separado: él tiene un hijo; aquél acaba de volver de Zurich; él está resfriado; el de pantalón gris está extrañando a su mujer ahora; él con su mambo, y así. Pero juntos son como una banda de rock que se llama Los Amigos Muertos y tocan viejas canciones que nadie –salvo ellos– quiere escuchar, con solos de guitarra y de batería, con guitarras Gibson a veces, con guitarras Faim, otras; por un momento, puede parecer que suenan bien: porque tienen oficio, porque el vino se ocupó de afinar los instrumentos, porque las tumbas tienen buena acústica.

Mientras están sobre el escenario, la cantidad de luces que tienen frente a ellos los enceguece y no les deja ver. Por eso es que piensan que hay un público interesado abajo, pero es una ilusión. Cuando terminan de comer, se levantan de la mesa larga y redonda y salen a la calle, con la soberbia del viejo temperamento. Pero una vez fuera, entre los vivos, su condición de cadáveres se hace ostensible. Quieren hacer algo (cualquier cosa, lo que sea para demostrarse que no son Los Amigos Muertos) pero no pueden. Uno de ellos dice "Sólo podemos recordar"; yo le digo que es triste que diga algo así. "Vos lo escribiste", respondió. Yo, con una melancolía completamente fuera de lugar, entre la muchedumbre de la calle que ignoraba el exceso trágico que estaba teniendo lugar ahí, le dije que una cosa es escribirlo y otra escucharlo en carne viva. Apenas dicho eso, me pregunté con qué derecho hablaba yo de "carne viva", si lo que estábamos haciendo era velar junto al cajón de nuestro propio cuerpo.

Hubo un tiempo en el que las fiestas eran algo más que hablar de otras fiestas; en que las cosas eran inolvidables justamente por no necesitar sostenerse en la mera memoria. Ahora sin memoria no seríamos ni siquiera Los Amigos Muertos.

2 comentarios:

morgana dijo...

Me dio un brote melanco gigante... pero escribir es movilizar sin importar el rumbo que tome el movimiento.
Leer y que no pase nada es lo mismo que usar perfumes y no tener olfato.
Besos de principio de 2008 sin cañitas voladoras.
A mis amigos muertos, a los de todos... FELIZ 2008.

Demóstenes dijo...

¡¡Feliz 2008, Morgana!!