A una poeta
La poeta sonríe y el escribiente babea. Detrás de cada una de sus palabras se alcanza a adivinar el sonido del "No", pero igual no se puede evitar escucharla, y pensar qué pasaría si, y desechar inmediatamente esa posibilidad por ingenua, y recuperarla por la misma razón. Su cuerpo, racimo de lenguas, no adivina la romántica baba del escribiente, aunque la palabra torpe y desierta acabe por vaciarse en ninguna tarde.
De las muchas personas sentadas sólo una es él. Porque con un "él" basta para él.
Y cada paso ascendente en la escalera anuncia el encuentro con la poeta. Una vez ahí, en la llanura de látex, la cortina de mármol: duro, pero frío; sólo verbalidad aséptica. Es decir, no verbalidad. Otra cosa. Una cosa otra, diría un conocido.
La infección es mezcla; "mixtura" diría un desconocido.
Querer la infección, piensa, quererla, a la poeta.
Pero ella es-calera, está hecha para ser bajada, y en un movimiento ex-calónico lo echa a la calle, fuera de los límites de su edificio.
La sonrisa sigue ahí, la baba no.
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