viernes, 29 de diciembre de 2006

The Citadels

Gracias a myspace.
Siguiendo con la obsesión por los Sprout, encontré a Los Citadels: son de Irlanda y, al parecer, más bien una extensión del cantante y compositor Cormac O`Caoimh. Según ellos mismos, sus referencias son los Go-Betweens y los P.S.
En thecitadels.net se puede bajar gratis el último disco (2006); vale la pena.

Acá cuelgo una linda canción que se llama "December in Monaco" y es de un disco del 2003. Sólo tocar el botón de PLAY.

martes, 26 de diciembre de 2006

A girl called Eddy

Un hallazgo (al menos para mí). El nombre me llamó la atención por recordarme a la canción de los Waterboys ("A girl called Johnny"); sin embargo, no tiene nada que ver con eso.
Es cierto que en su voz hay algo de Karen Carpenter, pero mucho mucho más sensual. Algunos climas –no tanto en la canción que puse acá– de este disco pueden recordar a Mazzy Star, pero hay ciertos elementos soul que hacen que tampoco uno pueda pegarla a ese sonido.
Aquí al lado puse la primera canción de su disco, sólo hay que tocar el botón de PLAY para que empiece.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Prefab Sprout: la cima del pop (primera parte)




Mientras en 1977 Inglaterra vivía el adorable espejismo punk, en Durham County los hermanos Paddy y Martin McAloon empezaban a darle forma a la banda que se convertiría el punto más alto de la historia de la música pop: Prefab Sprout.

Según Paddy (cantante, compositor, guitarrista, tecladista, amigo de la melodía y del romance), el nombre a elegir no debía de dar indicios acerca de la clase de música que querían hacer. Y lo cierto es que funcionó, al menos para mí. Aún hoy desconozco –a esta altura, porque quiero mantener esa pequeña ignorancia– lo que quiere decir Prefab Sprout (si es que quiere decir algo), pero me sigue resultando tan intrigante como cuando los descubrí allá por mis catorce o quince años. Siempre me pareció que ese nombre tenía gusto a nueces, a invierno, a misterio dulce; siempre pensé que me enamoraría de la primera persona que mencionara ese nombre. Todavía no ocurrió, claro. Es más, no conozco a ninguna persona “real” que me los mencionara ni siquiera de pasada. Por supuesto que cada tanto (no es frecuente) aparece en alguna revista algún comentario marginal sobre ellos, pero nunca pasa de ahí. Nunca una nota central ni nada por el estilo. Márgenes.

Una de las marcas de los Sprout fue la delicadeza, pero –claro– no hubo desde el comienzo el nivel de sofisticación de la época clásica del grupo. Cuando uno escucha los demos de los primeros años, antes de que sacaran Swoon, aquel primer disco de 1984, se puede ver que el espíritu de la época estaba presente: pocos medios técnicos, canciones que se resistían un poco a quedarse en tempo y que escondían la genialidad detrás del barullo y la aún escasa destreza técnica, incluso –y esto no deja de ser asombroso– ¡Paddy canta gritando! ¡Y mucho! (Recordemos que la voz de Paddy es una de los sonidos más lindos de la Tierra; casi ningún matiz de agresividad hay en su tono –lo no quiere decir que cante sin fuerza. Para graficarlo: es como si te sonriera la persona amada).

El hermano de Paddy, Martin, tocaba el bajo. Era un chico con mucha cara de inglés, un aire de inocente picardía, tenía las orejas un poco abiertas y unas líneas musicales muy interesantes. Pero la otra pata de los Sprout era Wendy (Smith). Creo que pocas veces un(a) integrante de un grupo significó tanto con una participación tan mínima dentro de las canciones. En Allmusic dicen que Wendy tocaba guitarras; la verdad es que si fue así, habrá sido en los comienzos. Se la puede ver con una guitarra colgada en el genial video de “When love breaks down”, pero me parece que es más para que Paddy pudiera teatralizar mejor la canción que otra cosa. En todas las filmaciones de conciertos que vi, ella estaba a la derecha de Paddy, casi aferrada al micrófono, apenas balanceándose. Sin embargo, a pesar de que el papel de Wendy en los Sprout se limitaba a hacer coros y segundas voces, ella le da el carácter, ese extraño misterio, esa sensación de una cercana lejanía. Paddy es un cantante que te habla casi al oído; Wendy se encargaba de poner un poco de frío, un poco de niebla, un poco de irrealidad. Había sido una fan del grupo desde los comienzos (algunos dicen que groupie) y entró para aportar voces en el segundo single de 1983, que salió por su propio sello, Candle, “The devil has all the best tunes”. ¿Quién puede olvidar sus “uh uh, Johnny, Johnny, Johnny” y sus ojos verdes?

Los Sprout tenían un problema para el gran público, para el público de “rock y pop” (con comillas ¿no?): no se preocupaban por cosas como la “imagen” o la “actitud”. Y esto se puede ver, por ejemplo, en la lamentable barba candado que Paddy luce en el video de “Appetite”, en esa camiseta blanca –más propia de una versión queer de Minguito que de una pop star– que usó en vivo algunas veces (y que también se puede ver en el video que pongo acá arriba), en algunas entrevistas en la que aparece engominado y con un traje horroroso, en el corte de pelo del video de “Cars & girls”, etc., etc.
Y sumémosle a esto otra barrera para ciertas personas: la proliferación de teclados, al menos en los primeros discos, y ese sonido tan tan hi-fi (sacrilegio para la gente que vomita ante la mención de Steely Dan) que los hizo favoritos de las fms como Horizonte (¿se acuerdan?). Los discos de los Sprouts son técnicamente perfectos y eso, a algunos, les desagrada. Tal vez vean allí, en ese gesto, una exageración (por otro lado, hay que decirlo, eso formaba parte del canon estético de esa década). Para algunos es demasiado: canciones perfectas + sonido perfecto + voces e instrumentación perfectas...
Igualmente ahí (en esos teclados, en ciertos saxos, en lo ultra hi-fi) se acaba la identificación de los Sprout con la década, porque ellos nunca sucumbieron a la tontería pop (“Let´s go to bed”, The Cure), al hip hop chapuceado (“A Gospel” y “The stand-up comic’s instructions”, The Style Council) o al berretismo (The Blow Monkeys).


más amplio, acá:
http://anaufragar.blogspot.com/2007/10/planeta-sprout.html
Steve McQueen:
http://anaufragar.blogspot.com/2007/03/se-reedita-el-mejor-disco-de-la.html

viernes, 22 de diciembre de 2006

La carrera de la Tortuga

1

Una persona que conozco dice que las tortugas viven 500 años. La verdad es que, acerca de las tortugas, lo ignoro casi todo, pero aun así cuesta trabajo creer en semejante ciclo de vida. Y más teniendo en cuenta que esta misma persona opina que los elefantes viven, sin hacer demasiada fuerza, como quien no quiere la cosa, 300 añitos.

2

Al lado de mi casa vive el Sr. Juárez, un vecino de la zona dueño de un temperamento más bien ectoplasmático. La actividad de este hombre se reduce a comentar vaguedades con El Muchacho Que Levanta Quiniela durante toda la mañana. Sentados bajo la escasa sombra de un árbol, o, mejor dicho, un arbusto, ocupan el tiempo (y el espacio, ya que pasar caminando por ese punto de la cuadra no se hace fácil a causa de la manera en la que disponen las sillas sobre la vereda, que deja apenas un hueco para el caminante, quien tiene que efectuar un pequeño movimiento de caderas, similar a unos tres segundos de mambo, para sortear los obstáculos) en enjuiciar silenciosamente al barrio.

3

Sin embargo, hay días en los que El Muchacho Que Levanta Quiniela no puede acudir a la tácita cita (nótese el juego de los significantes en el desafortunado sintagma) y el Sr. Juárez, mitad para mitigar la soledad y mitad por pereza, deja salir a su tortuga a la vereda.
El Sr. Juárez, que tiene más años de los que confiesa y vive de una austera jubilación –la que oportunamente gasta en el azar–, cuando está solo, se ocupa con mucha pulcritud en mirar la nada del barrio. Y allí, en ese descuido, la tortuga vio su chance.
El animal se lanzó en una carrera asombrosa –para una tortuga– hacia la calle, hacia el asfalto caliente, hacia el tráfico potencial, hacia una muerte dramática. Y uno no puede más que ver en este movimiento un plan astutamente imaginado, tal vez durante años. Porque no alcanzaba con echarse a la calle; no, había que hacerlo en el momento en el que un auto apareciera (cosa no muy frecuente en una calle perdida en un barrio aun más perdido) y calculando el tiempo para que el impacto se produjese.
Todos los cálculos de la tortuga habían sido correctos. El Sr. Juárez seguía en su nada.

4

De todas formas hubo un factor que el animal no pudo controlar: la actitud de su supuesto verdugo. El hombre, que iba a bordo de un Fiat 600 (auto que, con un poco de buena voluntad, tiene un cierto aspecto tortuguil), alcanzó a ver el paso desesperado de la suicida y con un volantazo y una frenada en la que se jugó el futuro de su auto –que no estaba en una muy buena condición– la esquivó por muy poco.
Escuchar la frenada y ver al Sr. Juárez girar la cabeza con una mueca de asombro fue una sola cosa. Fue un momento que tuvo el dramatismo de lo eterno.
Fue allí cuando el conductor, el hombre que había evitado la muerte de una tortuga, dijo la famosa frase.

5

“¡Se te escapó la tortuga, viejo pelotudo!”

6

Como dije antes, no sé si las tortugas viven 500 años, pero lo que sí sé es que a ésta la cosa ya se le estaba haciendo larga. Y lo peor es que ya perdió su oportunidad: ahora el Sr. Juárez pone mucho celo en el cuidado de su mascota. El pobre animal ha vuelto a su prisión de casi perpetuidad (decir “quinientos años” y decir “siempre” es casi lo mismo para mí).

domingo, 17 de diciembre de 2006

Espere un minuto, señor Cartero...


"El Correo Argentino —junto a la Secretaría de Cultura de la Nación— lanzará una serie de estampillas que tributará a cuatro glorias del rock patrio: Luca Prodan, Pappo, Tanguito y Miguel Abuelo. El lanzamiento forma parte de la serie de homenajes oficiales por los 40 años del rock argentino..."

A esta altura no creo que alguien dudara de que el rock estaba muerto, pero esto de que nos lo enrostren así, de una forma tan grosera y, además, a través de un medio hoy anacrónico como el servicio postal, dando el mensaje encubierto de que se trata de una forma musical ya perimida e inadecuada para los tiempos que corren, es demasiado...

viernes, 15 de diciembre de 2006

Literatura argentina y realidad deportiva

Leyendo Vértice de Gustavo Ferreyra uno llega a la página 218 y se encuentra con el siguiente diálogo que deja perplejo al lector xeneize:

–¿Cómo andás?– le preguntó finalmente el kiosquero, desconfiado.
–Bien. Muy bien. Ayer estuve en la cancha.
–¿Sí?
–Sí, fui a ver a Boca.
El kiosquero balanceaba su mano con los paquetes de pastillas por encima de los pilones sin decidirse a ponerlos en ningún lado, pero detuvo su movimiento y fijó la vista en el chico, con sorpresa y disgusto.
–Y ganó Boca–le dijo, triunfante–. Tres goles le hicimos a Estudiantes. El Melli hizo un golazo, se la puso por arriba al arquero –y en parte escenificó como había sido el gol–. Yo estuve en la popular con la barra.
–Y en el banco, ¿qué pasó?
–Ah, nada.

Hay que aclarar que cuando hablan del banco se están refiriendo a la entidad financiera, pero uno no puede dejar de pensar que en el banco de Boca tampoco pasó nada en los últimos meses ¿no?
Una vez más literatura y realidad demuestran ser órdenes diferentes; esta vez, para disgusto de Wilde, la naturaleza no copió al arte.