viernes, 26 de enero de 2007

Loser night viendo Vh1


Todas las películas de Adam Sandler son intolerables, al menos para mí. Pero hay una que se salva; es más, hay una que me encanta (y, claro, no me debe de pasar sólo a mí): The wedding singer. Hay que decirlo: qué bien está el tipo en esa; en general es un pesado, pero ahí hizo todo perfecto.
Y encima hay una escena en la que él ve como, después de una noche de tragos, Julia (Drew Barrymore) que se siente mal, se va con el imbécil con el que se estaba por casar, y suena esta maravilla de los Furs:



Serán sólo 10 o 12 segundos, pero valen la película. Me hizo acordar a un momento similar, mucho mejor en realidad, que pasa en Casi famosos: cuando William está viendo cómo los médicos intentan salvarle la vida a Penny Lane con un lavado de estómago, y suena "My cherie amour". Y el contraste es tan intenso...

Momentos perfectos.

lunes, 22 de enero de 2007

Volviendo del Cine: "Arizona Sur"

La sala del "Tita Merello" estaba casi tan desértica como el pueblito en el que el relato sucede. Así que esa sincronía de ausencias entre aquél lado de la pantalla y éste predispuso bien para encarar Arizona Sur. Si bien yo sabía que las críticas no eran buenas, tenía expectativas: por el nombre y porque la cosa venía de road movie.

El argumento que dispara la película es el siguiente: una mujer de sesenta años (o setenta, no lo recuerdo) es encontrada en una especie de estado de shock, no habla y está como muerta. Los hijos de esta mujer, Remo (Nazareno Casero) y Walter (?), llaman al médico, quien luego de revisarla les anuncia que está embarazada. A partir de allí se inicia la búsqueda del hombre que la embarazó para que "se haga cargo".
La película, por lo que yo alcancé a entender, tiene dos planos narrativos: uno es el que cuenta la historia de Remo y su búsqueda; el otro plano es llevado adelante por la voz de una especie de investigadora que cuenta la historia de Giácomo Eneas Surlengui, el hombre italiano que ha embarazado a la antedicha mujer. Sin embargo, hay momentos en que los planos se cruzan cuando la historiadora (que está en un colegio, si no recuerdo mal) habla directamente con Remo.
Por una parte, me resultó interesante la cuestión de los nombres: en primer lugar, yo no sé si es por la presencia del apellido "Casero" en el medio de todo esto o por qué, pero el apellido "Surlengui" a mí me suena muy "Cha cha cha", lo encuentro pariente de "Fatigatti", de "Capusotto", etc. En fin, de todas maneras eso es anecdótico.
Pero, yendo a la película en sí, Arizona Sur puede funcionar como sinécdoque de la Argentina, creo. El relato se articula a partir de la búsqueda del origen y la identidad; y si consideramos que a medida que la película avanza se nos cuenta que Giácomo es una especie de semental que fue recorriendo todos los lugares que pudo para embarazar mujeres, para procrear, puede parecer demasiado explícito que se llame "Eneas" y que Casero, su hijo, se llame "Remo".
El lugar, este pueblito, tiene la misma característica que tenía y sigue teniendo la Argentina: la escasez de población, por lo que la función de este "embarazador" italiano viene a llenar ese vacío (y el tipo les llena el vacío a viejas, a feas, a cualquiera que se le ponga en frente). Arizona/Argentina es así un lugar que tiene su origen afuera, que es gracias a un otro extranjero, y que está llena de hijos en estado de yecto que buscan que alguien "se haga cargo".
Toda la serie de hijos de Eneas se distiguen por una marca en el cuerpo, más precisamente en los dedos de los pies, que están unidos por una membrana interdigital, como fuesen la evolución de una especie nadadora. Esto es interesante porque el paisaje es más bien desértico, y en un momento se habla de un lago que se secó. Es decir, como si esta gente fuese una especie que debió adaptarse a la mutación de su ambiente y que quedó medio descolocada. Y si nos tomamos del nombre "Eneas" también debemos pensar en que se trata del inicio de una estirpe, de un imperio que terminó muy mal; salvadas las distancias entre Roma y la Argentina, me parece que da para pensar (un poco nomás, tampoco es para tanto)

Hay otras cosas que son símbolos demasiado marcados: una hostería que se llama "El Paraíso", una suerte de garito-cabarulo con fuego (sí, llamas) y decadencia, que uno puede entender como "El infierno", una chica que salva a Remo de una situación comprometida y que parece un hada, en fin.
De todas formas la película no cuenta sólo el origen y el desconcierto frente al desconocimiento de la propia identidad, sino que sobre el final plantea un nuevo comienzo, así que en ese sentido hay un sesgo optimista.

Como espectador, la primera media hora está muy de más, debería haber durado la mitad, porque para ser una road movie pasa poco en esos momentos. Las actuaciones (salvo el que representa al italiano) son más bien flojas; uno podría creer que el tono un poco desganado de Casero fue sugerido por el director, pero si fue así fue un error. Se plantean cosas interesantes de manera poco interesante, ese podría ser un diagnóstico.

Sin pensarlo demasiado, ahora mismo se me ocurre que hay dos clases de películas (¡qué aserción tan definitiva!): una es la del modelo hollywood, que te somete a su ritmo y te coloca en un estado de shock que impide el pensamiento; las otras son películas que tienen aire, que te dejan tiempos o espacios para que vos relaciones, encuentres referencias, te muevas dentro de ella. No digo que una sea mejor que otra, es la misma diferencia que hay entre el beso de tu novio/a y una sesión de dominación: son gustos ¿no?

Pero me parece que esta tiene demasiado aire por momentos.

martes, 16 de enero de 2007

Lecturas de verano

Casualmente hoy sintonicé Gran Hermano (y digo "casualmente" no porque quiera esconder un placer culposo bajo la máscara del que dice no mirar televisión, pero lo cierto es que este programa no me interesa). Miré. Al parecer hacían una especie de selección de los mejores momentos (highlights de la intrascendencia); o sea, la mano sobre el control remoto ya temblaba de impaciencia por un cambio y fuera.
Pero ocurrió que uno de los "momentos" seleccionados fue una irrupción literaria dentro de la casa. Sí, según un comunicado, leído con cierta dificultad por una de las participantes, "reconocidos personajes del ámbito de la cultura" habían seleccionado una serie de libros para que estos jóvenes leyeran (los "reconocidos personajes de la cultura" eran "Solita", Pinti, etc).
Tras un primer momento de desconcierto frente a la pila de libros, los habitantes de la casa deslizaron frases como "¿Cuál es el más fácil para leer?", o "Éste lo recomendó Pinti", e incluso se permitieron burlarse de su nula afición por la lectura al comentar "Yo sólo leo horóscopos". Ahora bien, lo que me resultó de un mal gusto innecesario fue la intención de parte del programa de hacer quedar a estos muchachones como unos brutos. Porque, luego de que todos se hubieran repartido los libros que habían elegido, la siguiente escena mostrada fue un momento de perplejidad semántica entre dos de los señores, quienes se inquietaron ante la primera frase que leyeron. La frase en cuestión hacía uso de la palabra "ambivalente", cuya acepción no les era familiar. El más audaz de los dos arriesgó una definición: "es cuando es una cosa pero es otra".
Pero me quedé pensando en qué hubiera pasado si la jugada de los libros, en lugar de dar pie al obvio comentario "¡qué bestias!" (como si fueran 18 manolitos de Mafalda), les hubiera salido mal. En un universo paralelo, los libros repartidos en la casa alteran por completo el clima y las relaciones. Ya nada les importa sino la literatura. La casa deja de ser un espacio social y se convierte en 18 soledades y sus lecturas. Ya no hay confesiones escandalosas ni jugueteos sexuales. Sólo se lee.
Es el fin del programa, porque nada más aburrido que ver a un tipo con un libro en la mano durante horas. Incluso se podría pensar en consecuencias no previstas: tal vez la gente no sólo apaga la televisión sino que, también, por curiosidad, consigue alguno de los libros que los participantes leen. Las ventas de libros se disparan de manera insólita y una fiebre literaria arrasa Argentina.
O simplemente cambian de canal, claro.

viernes, 12 de enero de 2007

Brechtian punk cabaret : The Dresden Dolls


Si alguien no conoce los conoce, que no dude en conseguir el disco nuevo Yes, Virginia (en realidad salió a mediados del año pasado). Canciones sostenidas sólo por el piano y la voz de Amanda Palmer (que además es una belleza) y por la batería de un tal Brian Viglione. Uno de "los discos" del 2006.
La página oficial es muy linda también.

lunes, 8 de enero de 2007

El método Fresán


A veces sucede que durante algunos días –a veces semanas enteras e incluso meses– nos vemos deambulando por la inquietante vereda del writer´s block. Las ideas no acuden con la puntualidad acostumbrada, el relato parece achancharse, nuestra propia letra nos resulta repulsiva y hasta vulgar, o simplemente cedemos ante la tajante resolución de encender la tele.
Pero, yo ya no me preocupo, encontré una fórmula que me está dando buenos resultados: me basta con iniciar cualquiera de los textos que componen La velocidad de las cosas y ya; las cosas vuelven a su lugar y la (en mi caso, humilde) maquinaria se pone en funcionamiento otra vez.
Tres caracterísicas de los cuentos de este libro que funcionan perfectamente a la hora de ayudar a destrabarse: está claro que un rasgo de estos textos es la cantidad de líneas narrativas que se abren a cada rato, y cada una de ellas permitiría una hipotética continuación por quien quiera recoger el guante; en segundo lugar, no se nos deja de hacer sentir que estamos dentro de la literatura. Indudablemente, los recorridos laberínticos de una narración que se complace en la adición (de nombres, de espacios, de temporalidades, de recursos) responde a una intencionalidad –un poco traviesa– de jugar con el lector.
Y esto último es lo más interesante para el que padece de writer´s block: la cuestión de la adición y cierta desmesura que plantea que cada movimiento de la conciencia narradora es posible de ser incluido dentro del relato. Estos cuentos de Fresán (hablo tan sólo de este libro) son como un tipo lleno de merca que no para de hablar: en un momento tenés ganas de decirle "¡Callate!". Y por eso es bueno para nuestra propia escritura, porque no nos queda otra que comenzar a narrar para que él se calle, nos obliga a iniciar nuestra propia conversación.
(Aclaro que me parece que Fresán es un buen escritor, por las dudas)

martes, 2 de enero de 2007

¿Y cómo ser feliz?



Gracias a que en stay free pusieron Travesía Ideal de Spleen pude escuchar entero un disco que en su momento no compré (no recuerdo por qué) y que luego se volvió medio inconseguible. La canción estrella era “Ser feliz” (también canción de apertura de “Sábado maldito”); en mi opinión, uno de los puntos más altos del indie de la segunda mitad los 90 junto con (tiro un poco al voleo): “Planes”, de Perdedores Pop; “Amor vagabundo” de Leo García; “Melanie”, de Giradioses; una de Suavestar que no me acuerdo...

1

Ante todo plantearse la felicidad es una estupidez que, además, tiene el mal gusto del lugar común. Pero el punto es que me di cuenta de que, desde hace algún tiempo, ya no pensaba más en aquello de “ser feliz”, ni siquiera para reírme de lo tonto que resulta.
No sé si es una cuestión interesante, probablemente no lo sea.
Y está claro que, si uno se plantea el tema, es porque está muy muy lejos de ese supuesto estadio. La felicidad, si ocurre, si existe, sucede mientras uno no se da cuenta ¿no? Algo parecido decía Kundera en La insoportable... cuando hablaba de la situación del hombre luego del paraíso: mientras estuvo allí, mientras no había conciencia, era feliz (y la falta de conciencia la ejemplificaba en la relación de las personas con todas las cuestiones escatológicas: en el Edén no existía el asco. Aunque, ahora lo recuerdo, Kundera también decía que el del paraíso no era todavía “el hombre”, sino que se convirtió en “hombre” luego de la expulsión). Hasta ahí la perogrullada.

2

Creo que pocas veces en la vida –al menos en mi propia experiencia– uno tiene la lucidez como para darse cuenta de que está siendo feliz. Y cuando uno está siendo feliz y, de golpe, se da cuenta de ello, indefectiblemente esto arruina un poco el momento, lo degrada.
De este modo, da la sensación de que el lugar de la felicidad está el pasado no porque “el-tiempo-todo-lo-mejora” sino porque el tiempo es el que la erige y la moldea. La felicidad necesita de esa mano autoral; el reconocimiento nunca es en tiempo presente, y esto hace que muchas veces tomen cuerpo cadáveres de momentos que nunca fueron felices en verdad.

La felicidad es siempre exhumación.

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Si uno, afectando inocencia, busca en la red y escribe “ser feliz” en google se encuentra con que, por ejemplo, hay cursos para serlo. Y también hay muchos, muchísimos consejos. Por ejemplo: “Hacer algo divertido que no hayas hecho recientemente”, “Cuando dudes de actuar, siempre entre "hacer" y "no hacer" escoge hacer. Si te equivocas tendrás al menos la experiencia”, etc. Éstas, por supuesto, son palabras muy elementales para gente primitiva (yo también soy una persona primitiva, pero de estos “consejos” paso).
Más allá del mal gusto de la escritura de autoayuda, el problema está en que estas personas confunden la felicidad con la praxis vital. Porque, después de todo, no está tan mal la idea de –por ejemplo– “siempre entre `hacer´ y `no hacer´ escoger `hacer”, pero esto no tiene nada que ver con la felicidad, sino que –en todo caso– puede ser una fórmula efectiva para poner en marcha a las personas timoratas.
Acumular experiencias, si bien es tal vez la mejor opción de las disponibles, no me parece una forma de la felicidad, aunque Camus haya escrito que es una buena manera de responderse la cuestión del suicidio. Pero ese es otro tema.

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Nicolás Rosa, quien falleció hace poco, hablando acerca de “lo poético”, me ayudó a entender el carácter de ese fantasma elusivo que es la “felicidad”: Rosa consideraba que la poesía no es un género, porque podemos encontrarla tanto en una película como en un cuento o en una escena de la vida cotidiana. Entonces la definía como un “sistema de interferencia tanto del mundo natural como del mundo racional y del mundo literario, si entendemos que los mundos sólo son órdenes de la razón mientras que la poesía los desdeña. No es que la poesía sea irracional, está fuera del cómputo de la razón (...) es sencillamente una cosa con la que, a veces, muy pocas, tropezamos en nuestro camino”. Este pequeño párrafo da tan justo en clavo que asombra.
La narración, lo sintagmático, es posible de ser homologado con la vida, con el día a día. De este modo, lo que caracteriza a la existencia es su “sintagmaticidad”, por decirlo del alguna manera. Pero a veces –pocas, como dice el profesor Rosa–, dentro de la prosa sucede la poesía, que es la felicidad. De ahí que, al menos para mí, el ideal de lo “literario” sea la prosa poética: el ansía de tenerlo todo.
Ambas (poesía y felicidad) comparten ese rasgo, esa naturaleza, que las ubica más allá de la razón (más allá de la conciencia, también, como en el Edén); ambas se construyen en la negación de un mundo que a cada momento se revela impúdicamente uniforme (en una uniformidad que se enmascara en lo diverso); ambas se mueven en una alegre oscuridad.

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Y ahí lo entendí –tal vez vos ya lo hayas descubierto hace tiempo y me mires con una sonrisa–: la felicidad es –como la poesía– un sistema de interferencia, que hace que cada tanto la vida se salga del libreto, que el guión se altere, y lo poético, dentro de nuestra narración, suceda.


*Esta manera de entender este simpático estado, que tanta gente busca, prescinde del recurso extremo y dudoso de tener hijos (que para mucha gente debe de ser el grado máximo del “ser feliz”).