martes, 28 de julio de 2009

Hipótesis del conejo

"... el Conejo ocupaba un puesto de privilegio en la organización social de la Grecia clásica; la anécdota que hemos referido antes acerca de Sócrates es una buena prueba de ello. Esto era así tanto en Atenas, donde según Waehrenberg la democracia que excluía a las mujeres, a los esclavos y a los extranjeros incluía en cambio a los Conejos atenienses de sexo varón, como en Esparta, cuya sociedad, de Licurgo en adelante, parece haber sido construida a imagen y semejanza de una madriguera de conejos (aunque, contrariamente al caso ateniense, los Conejos no desempeñaban allí papel político alguno).Como tantas otras costumbres griegas, esta pseudohumanización de los Conejos fue copiada por Roma, hasta el punto de que en el año 222, tras el asesinato del emperador Heliogábalo, tristemente recordado por su extravagancia, los pretorianos impusieron en el trono imperial a un Conejo, cuyo nombre, desgraciadamente, no ha pasado a la historia. Cuenta Bruckheimer que el susodicho Conejo demostró prudencia y buen sentido en el ejercicio del cargo, pero cometió la osadía de convertirse al cristianismo, lo que llevó a su derrocamiento y muerte a manos de los mismos pretorianos que lo habían nombrado. El motivo por el que este Conejo no ha gozado del brillo histórico de, pongamos por caso, el caballo de Calígula no es otro que la controversia Conejo-paloma; por esta misma razón, la entrada de la Edad Media supuso la llegada de malos tiempos para los Conejos. De hecho, a partir del siglo VII se hace complicado hallar aunque sea una mínima huella del paso del Conejo por la Tierra. Con una excepción muy significativa; la leyenda del Conejo Asesino. Si ustedes han visto Gilliam, T. y Jones, T., "Los caballeros de la mesa cuadrada", gran monografía sobre la psicosomasis de la mitología artúrica en soporte audiovisual, Handmade Films, Londres, 1973, se acordarán de la escena del Conejo que , tras ser ninguneado por los caballeros, los derrota a base de saltos semicirculares perfectos y mordeduras justo en la yugular. Esto no es sino una parodia de la leyenda del Conejo Asesino, que aproximadamente en el siglo XI se extendió por las Islas Británicas y fue luego incorporada a la mitología artúrica. En la versión extendida de esta conferencia exploro el origen, contexto social y sustrato ideológico-religioso de la leyenda del Conejo Asesino; no habiendo aquí tiempo para tal cosa, me referiré tan sólo a que el documento fílmico de los señores Gilliam y Jones, imbuido sin duda de un equivocado prejuicio anticonejil, muestra a los caballeros venciendo al Conejo Asesino con ayuda de la Santa Granada de Antioquía. Según la leyenda original, no existió tal Santa Granada, y el mal llamado Conejo Asesino exterminó a todos los caballeros que se le pusieron por delante, subiendo al cielo posteriormente. Sea o no esto cierto, parece una interpretación plausible que Dios enviase a este Conejo con el fin de averiguar si la Cristiandad estaba preparada para la venida de un Mesías; habiendo concluido que no lo estaba, el CoNejo asesino volvió al paraíso."

sigue acá

lunes, 27 de julio de 2009

No retornable

Salió el nuevo número de

NO-RETORNABLE
(revista literaria virtual)
http://www.no-retornable.com.ar/

-La imagen lo es todo
En este dossier nos proponemos analizar la dimensión de la imagen en sus aristas políticas, sociales y literarias.
Ensayos sobre el imaginario
Jean Baudrillard, Alejandro Boverio, Guido Leonardo Croxatto, Sol Echevarría, Jorge Hardmeier, Martin Heidegger, Luciano Lutereau y Andrés Valdez Zepeda
Imagen del escritor y su escritura
William Burroughs, Roberto Arlt, Juan José Saer, Daniel Link y Diego Grillo Trubba
Ficciones: una puesta en abismo
Charles Bukowski, Carlos Gardini, Fabián Casas, Jimena Néspolo y Javier Núñez

-Debatir Malvinas
Desgrabaciones de la Jornada organizada por la revista en la Biblioteca Nacional, en la que se habló sobre las ficciones literarias, la memoria e historiografía sobre Malvinas.

-Meter el verso
Selección de cinco poetas contemporáneos: Soledad Castresana, Gabriel Cortiñas, Valeria Meiller, Bruno Petroni y Verónica Viola Fisher.

-Contate algo
Acá te acercamos, para que puedas leer online, relatos de Mariano Buscaglia, Fernanda García Curten, Laura Galarza, Gustavo Nielsen y Hernán Ronsino.

-39 preguntas a Alan Pauls
Un recorrido caprichoso por sus novelas, su concepción de la literatura, la academia, los blogs, lo contemporáneo, las obsesiones, la intimidad y la política. Por Nurit Kasztelan.

-Laberintos
Imágenes del artista visual Gustavo Eandi

-¿Qué hay de nuevo?
Reseñas de libros editados o re-editados recientemente al alcance de los lectores, los curiosos, los chismosos y los amantes de la crítica literaria.

Sólo para fans: Paddy, otra vez

El amigo Agustín, desde España, me envía el link (http://www.youtube.com/watch?v=4Dq_v5kZeEM) a "Let there be music", una canción del nuevo disco de Prefab Sprout que va a salir en Septiembre. Los Sprouts, como siempre, dando en el blanco: las estrofas (no la intro que me parece muy noventosa) que abren la canción son la clase de soul que un cantante como Mick Hucknall hubiese arruinado, pero la profundidad de la voz de Paddy, en cambio, hace magia.

domingo, 26 de julio de 2009

Grammatically yours

Una de las partes más graciosas de la vida (¿vida?) del profesor de español es la de ser espectador de la lucha entre la obligación del estudiante de responder a un ejercicio y su –a veces– nula capacidad creativa. Sin embargo, en ocasiones, en algunos muchachos/as se puede percibir un desconcierto juguetón, paradójica ironía inconsciente, tan preocupada por cumplir con la gramática que echa a patadas a la cucha al sentido. No los culpo.
Revisemos un par de ejemplos de este particular comportamiento en un ejercicio que obligaba a “completar las oraciones”:

–Me casaría otra vez… si mi padre tuviera más dinero: ¿qué clase de desquiciado puede imaginar una oración así? La leo una y otra vez y no logro imaginar una situación en la que eso pudiese tener algún asidero. Psicoanalista con fritas para la mesa 4, por favor.

–Si yo escribiera novelas,… me llamaría Dr. George: ¿por qué? ¿de qué estás hablando, Willis?

–Si nos hablaras de tus planes… nosotros podríamos preparar la cena: ¿vos me estás jodiendo?

–Esta habitación tendría más luz… si las ventanas estuviesen fuera: ¡¿fuera de dónde, pedazo de demente?! ¿eh? ¡¿fuera de dónde, contestame, contestame?! ¡¿de dónde, por amor de Dios, fuera de dónde?!

–Todo sería maravilloso… si las chicas vistieran solamente traje de baño: un breve rapto de lucidez gringa.

Para terminar, una perlita que está nominada en el rubro “Mejor oración absurda del año”:

“El hombre no se fue,… porque ya se había ido antes

lunes, 20 de julio de 2009

Los cuatrocientos conejos

Al parecer en la cultura meshica el nombre que le daban a la borrachera era Centzontotochtli, lo que significa “cuatrocientos conejos”, a causa de los diferentes tipos de cambios en la conducta y las múltiples formas que el bardo asume a través de la intoxicación con pulque, la bebida ritual que consumían.
Lo que no deja de ser curioso es ver otra vez la figura del conejo asociada a un cambio, a un pasaje entre coordenadas perceptivas; ya no en representaciones modernas sino en la dimensión mítica de una cosmovisión bien diferente, que –sin embargo– coincide en ver la potencia desestabilizadora de nuestro inquietante animal.
Así que la próxima vez que el calor del alcohol comience a sacar los conejos que hay en vos, no debés ignorar que cierto plano del cosmos se abre como si tu cuerpo no fuese más que la galera carnal que se necesita como instancia mediadora entre una y otra apertura; o mejor, como si vos no fueses más que un resto, lo que queda entre una y otra aparición de lo animal.
Por otro lado, ¿Los cuatrocientos conejos no es un excelente nombre para una banda de garage-psycobilly-pop?

viernes, 17 de julio de 2009

Cat Power


Esperé durante años un show de Cat Power en Buenos Aires. Me perdí aquel famoso primer show para unos pocos, creo que en 2001, con ella sola sin banda, así que con éste iba a saldar una cuenta.
Y la cosa se puso mejor cuando supe que el Gran Rex iba a ser el lugar, porque es genial para ver recitales. La última vez que fui había sido para ver a Echo and the Bunnymen en un teatro medio vacío y con un show sublime.
Como era de esperar, la performance de Chan osciló entre la emoción ("The house of the rising sun", "Song to Bobby", "The Greatest", etc.) y la ternura (esos movimientos torpes con los que seguía el ritmo, esas permanentes ganas de no estar en el centro del escenario y de escaparse de las luces).
La banda, perfecta, llena de blues, especialmente el guitarrista (que, hasta donde vi, no usó ningún pedal, cosa que me encantó), y la iluminación me parecían por momentos muy lyncheanas, pero sin el componente siniestro (o sea, no). Pero lo que más me gustó fue la ausencia de diálogo, de comunicación verbal con los que estábamos ahí, que lo único importante fuera la música; al comienzo salió la banda, se tomaron el tiempo para ajustar los equipos, acoplar e intercambiar palabras entre ellos (lo que introdujo desde el primer minuto el clima de intimidad), comenzaron a tocar y al rato salió Chan directamente para cantar. Después, las canciones se sucedieron casi sin espacio entre una y otra. Prácticamente, ese clima no se rompió en toda la noche. El final en un español chapuceado y extraño fue con "Angelitos negros", uno de los momentos más dramáticos de la noche (quizás junto a una versión extremada y bellamente deformada de "I don´t blame you").
Las únicas palabras que se escucharon estuvieron dentro de las canciones. Gracias, Chan.

viernes, 10 de julio de 2009

Conejos


Después de ver este bicho, ¿es extraño que nos obsesionen los conejos?

La visión de un conejo, a muchos, no puede sino hacerles establecer una directa relación con Alicia en el país de las maravillas. Otros, sin embargo, lo vincularán con las Pascuas. Los más cinéfilos con Donnie Darko, Harvey, Inland Empire o Rabbits. Y la lista sigue: Playboy, Bugs Bunny, Roger Rabbit, “Carta a una señorita en París”, la galera de los magos, etc. Una lista abrumadoramente extensa y aún incompleta de apariciones de conejos en diferentes producciones simbólicas puede verse acá.

Pero, para ser sincero, fue desde Donnie Darko (hace ya bastantes años) y, luego, Inland Empire (y Rabbits), que no puedo dejar de pensar en por qué esa recurrencia en relacionar los conejos con lo siniestro. Con el pasaje a una realidad maravillosa ya estaba vinculado desde Carroll, pero algo ha operado un deslizamiento hacia lo siniestro. No soy, desde luego, el único en advertir esto; de hecho, todos los que vieron Donnie Darko y conocen a Lynch lo han observado. En El lamento de Portnoy también se preguntaban “¿por qué conejos siniestros?”. La misma obsesión me recorre hace años: ¿qué implicancias tiene ese cambio en el imaginario sobre el conejo? ¿es un hecho meramente anglosajón?

***


¿No irías a ver una de Francella con Frank, el conejo?

No voy a intentar una lectura de Donnie Darko porque ya hay suficientes (y porque, más importante, no tengo nada diferente para agregar), pero sí me gustaría recordar que la película comienza con "The killing moon", el gran éxito de Echo & the Bunnymen. La letra además de funcionar como anticipación de lo que va a venir ("Sé que debe ser el tiempo de la matanza/mío aunque no quiera/El destino/contra tu voluntad/más allá de todo/Esperará que te entregues a él") es cantada por los Bunnymen. Y será un Hombre Conejo (Frank) el que guiará a Donnie. No es un detalle menor la relación que guarda con el Conejo Blanco de Alicia: ambos tienen al tiempo como su preocupación fundamental. En Carroll, en su primera aparición el Conejo dice: "¡Ay, Dios mío! ¡Llegaré demasiado tarde!", saca un reloj del bolsillo y apura el paso. En la película de Kelly, el tiempo es aún más dramático (ya lo decía la canción, es "the killing time") porque Frank, el Hombre Conejo, le anuncia a Donnie cuánto tiempo falta para el fin del mundo. Alicia sigue al conejo e ingresa en un mundo maravilloso; Donnie sigue al conejo ("I can show the way", le dice Frank, con esa voz en proceso de dejar de ser humana) hasta su propia aniquilación. Algo evidentemente ha cambiado en la percepción del conejo del imperialismo británico del siglo XIX al imperialismo estadounidense del XX.

***

Hace un tiempo había salido un libro de dibujos que se llamaba The Book of Bunny suicide. La gracia, obviamente, consistía en las múltiples variantes que encontraban los conejos para matarse (un ejemplo acá). El libro tuvo problemas en China porque un chico de 12 años se mató usando una de las formas de suicidio que representaban los conejos (ver) y se dejó de vender. No deja de ser curioso que el imaginario occidental siniestro del conejo haya afectado de ese modo en un país como China: famosa es la capacidad reproductiva de los conejos (de 1 pareja pueden descender más de 1500 conejos) y conocida es la superpoblación que existe en China (por favor, que nadie diga que estoy comparando a los chinos con los conejos...) . ¿Acaso los conejos han respondido a la pregunta ("¿Para qué reproducirse?") que Daniel Link formuló en Clases?

lunes, 8 de junio de 2009

lunes, 20 de abril de 2009

La Nueva Luna Rosa



Volvió a salir la Pinkmoon.
Vía Lunes felices llega la noticia de que la mejor no revista musical de la web está otra vez entre los vivos y los no tanto. El pequeño y alienado ambiente indie tiene lo que se merece.
Imperdibles las clásicas secciones como Por Dio callate, donde hay declaraciones de las rockstars porteñas, que regala joyas como éstas:


–¿Con este disco esperan llegar a mucha más gente?
Sebastián: –No, para nada. El público pueden ser diez, diez mil o cien mil. Como le pasó a Velvet Underground, que no tenían muchos seguidores.

(Sebastian Carreras - pagina 12 6 diciembre 08)

Si Entre Rios es Velvet Undergound, ¿Rosario es Nico? ¿Lucena es Cale? ¿Romina D'Angelo es Moe Tucker? ¿Sebastián es Lou?.... y Palito es Warhol??!!

O las 5 diferencias, esta vez entre Calamaro y una tira de fizz.
O un repaso de lo que quedó de la escena de los noventa:

Paoletti
- Abogado
Dargelos - Millonario
Rosario Blefari - Adolescente
Bochaton - Pre adolescente
Los Brujos - Empresario
Carola Bony - Instructora de pilates
Rodrigo Martin - lider de una gran banda
Ariel Minimal - Juan Carlos Baglietto
y sigue...

Y mucho más.
¡A leer!

domingo, 19 de abril de 2009

Superstar

Simpático (y un poco melancólico) blog que recupera la genealogía de las groupies.
Gracias a él supe que Tura Satana tuvo un romance con Elvis y que la canción "Superstar" (de Leon Russell y Bonnie Bramlett) que tocaban los Carpenters originalmente se llamaba "Groupie" y había sido inspirada por una novia de Eric Clapton.



Long ago, and, oh, so far away
I fell in love with you before the second show.
Your guitar, it sounds so sweet and clear, but you’re not really here.
It’s just the radio.

Don’t you remember you told me you loved me baby?
You said you’d be coming back this way again baby.
Baby, baby, baby, baby, oh, baby.
I love you, I really do.

Loneliness is such a sad affair, and I can hardly wait to sleep with you again.
What to say, to make you come again?
Come back to me again, and play your sad guitar.

http://www.blogger.com/www.groupieblog.wordpress.com


viernes, 6 de marzo de 2009

Las teorías salvajes



Ya muchos hablaron del libro de Pola Oloixarac, así que sólo escribo unos pequeños apuntes:

1. En términos de repercusión, el plan de Las teorías salvajes era simple y efectivo (¡cómo no se le (me) había ocurrido a otro antes!): meterse con Puán y los setenta en un registro paródico necesariamente iba a generar revuelo (además de que la novela está sostenida por una arquitectura literaria elegante y divertida, claro).

2. El final, que parodia "El Aleph" en clave política e histórica, ya está entre los mejores finales de la literatura argentina (no creo estar exagerando demasiado).

3. Es una novela generacional pero también de género, se podría decir. Por un lado, está la historia de Rosa y su obsesión con una teoría postulada por un viejo profesor de Filosofía; ella se piensa como una pieza faltante en el desarrollo de La teoría de las Transmisiones Yoicas y para llegar a este profesor otro hombre (Collazo, escritor y ex militante montonero) va a funcionar como mediación, en un triángulo planteado en términos de combate. Y acá el combate es generacional (Rosa, veintitantos; Collazo, viejo), es decir ideológico, pero también de Lo masculino vs. Lo femenino. Y por otro lado está la historia de Kamtchowsky, otra joven intectual, documentalista, que es quien tiene la “idea”; convertir a la lucha de los setenta en un mero juego (Dirty Wars 1975) que se puede bajar de sus blog y, no cambiar el mundo, sino cambiar Google Earth.

3.1 El haber tomado a Ranni como uno de los íconos ochentosos de la representación de los setenta es de una sublimidad absoluta.


4. El tono paródico paródico y divertido de la novela tiene, en un nivel más profundo, una intención de pensar el núcleo de violencia que nos constituye. La relación entre política y sexualidad, entre posiciones políticas y posicionamientos del cuerpo (en más de un sentido) es un tópico de la literatura argentina desde “El matadero”; quizás Las teorías señalen el momento final de ese esquema.

5. Es la primera novela en la que se cita a Morrisey (creo).

6. Ante la imposibilidad de la épica, los personajes encuentran sus identificaciones no en el modelo “Guevara” sino en películas de adolescentes de la década del ochenta (Juegos de guerra), que plantean las relaciones entre realidad y virtualidad (cosa que no es posible encontrar en mi preferida Ferris Bueller´s Day Off, otra de Matthew Broderick) en términos de generación de caos.

7. Kamtchowsky (blogger, entre otras cosas) reescribe el diario de su tía desaparecida, lo comienza a pasar a máquina cuando tiene once años. Ese cambio de tecnología se reescribe cuando es ya una joven y en lugar de pretender cambiar el mundo hackea Google Earth: es gracioso; aunque si uno entiende eso como el agotamiento de la dimensión épica en una joda adolescente es un poco triste.

8. "Los más leves signos de la noche me parecen overturas de masacres" (página 97).

viernes, 27 de febrero de 2009

Festival

Del 6 al 8 de marzo, sólo por ese fin de semana, el festival In-Edit va a proyectar una serie de películas entre las cuales hay algunas que merecen la pena:

Viernes 6 de marzo:

Atlas Santa Fe 1: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Nina Simone, Love Sorceress... Forever, de René Letzgus (2008, 79')
17.20: Loquillo: leyenda urbana, de Carles Prats (2008, 110')
19.30: Johnny Cash at Folsom Prison, de Bestor Cram (2008, 97')
21.30: The Clash, Westway to the World, de Don Letts (2000, 80') Clip soporte: "Día del huracán", de El Mato a un Policía Motorizado, de Mariano Goldgrob.
23.15: Kurt Cobain: About a Son, de Aj Schnack (2006, 96'). Clip soporte: "Music Dealer", de Nussbaum, de Marcos Medici.
01.15: Joy Division, de Grant Lee (2007, 96').

Atlas Santa Fe 2: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: The Godfather of Disco, de Gene Graham (84')
17.00: Caledonia Dreamin’ (The Sound of Young Scotland), de John MacLaverty (59') + Edwyn Collins: Home Again, de Paul Tucker (74')
20.00: Algo va a pasar, de Leandro Listorti (65')
21.30: Metal: A Headbanger’s Journey, de Sam Dunn (96')
23.30: End of the Century: The Story of the Ramones, de Jim Fields y Michael Gramaglia (108')
01.30: Everyone Stares: The Police Inside Out!, de Stewart Copeland (74')

Atlas Recoleta: Guido 1952, Capital Federal. Teléfonos: 4322-8866/8936/8986
15.00: The US vs. John Lennon, de David Leaf y John Scheifeld (100')
17.00: Made in Sheffield: The Birth of Electronic Pop, de Eve Wood (52')
18.15: Celia The Queen, de Joe Cardona y Mario de Varona (84')
20.15: Hay lo que hay, de Ezequiel Muñoz (60')
21.40: NY77 The Coolest Year in Hell, de Henry Corra (87')
23.30: Public Enemy: Welcome to the Terrordrome, de Robert Patton (104')
01.30: Sonic Youth: Sleeping Nights Awake, de Michael Albright (85')

Sábado 7 de marzo:

Atlas Santa Fe 1: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Vinicius, de Miguel Farra (120')
17.30: Nina Simone: Love, Sorceress, Forever, de René Letzgus (80')
19.30: Oasis: Lord Don’t Show Me Down, de Ballie Walsh (94')
21.30: Babasónicos, de Daniel Melero y Agustín Carbonere (60')
23.00: Fearless Freaks: The Flaming Lips, de Bradley Beesley y Mark Mike Shepperd (100'). Clip soporte: The Tormentos - Il Diavolo In Corpo, de Berta Muñiz.
01.20: Sonic Youth: Sleeping Nights Awake, de Michael Albright (85'). Clip soporte: "Bddda!", de Los Peyotes, de Pablo Fusco

Atlas Santa Fe 2: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Caledonia Dreamin’ (The Sound of Young Scotland), de John MacLaverty (59') + Edwyn Collins: Home Again, de Paul Tucker (74')
17.50: The Clash Westway to the World, de Don Letts (80')
19.45: Beastie Boys: Awesome I Fucking Shot That, de Adam Yauch (90')
21.45: La cocina, de Jorge Villar (2008, 100’)
23.45: The Pixies: LoudQuiteLoud, de Stephen Cantor y Matthew Galkin (85')
01.30: The Rolling Stones: Gimme Shelter, de Albert Maysles, David Maysles y Charlotte Zwerin (90')

Atlas Recoleta: Guido 1952, Capital Federal. Teléfonos: 4322-8866/8936/8986

15.00: The US vs. John Lennon, de David Leaf y John John Scheifeld (100')
17.15: Johnny Cash at Folsom Prison, de Bestor Cram (97')
19.10: Metal: A Headbanger’s Journey, de Sam Dunn (96')
21.15: The Godfather of Disco, de Gene Graham (84')
23.10: A Technicolor Dream, de Stephen Gammond (90')
01.00: End of the Century: The Story of the Ramones, de Jim Fields y Michael Gramaglia (108')

Domingo 8 de marzo:

Atlas Santa Fe 1: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: Everyone Stares: The Police Inside Out!, de Stewart Copeland (74')
17.00: Kurt Cobain: About a Son, de Aj Schnack (96')
19.00: Joy Division, de Grant Lee (96'). Clip soporte: "Casi lo entiendo", de Isla de los Estados, de Eleonora Margiotta
21.00: 100 Pájaros, (sobre Los Rodríguez) de Sergio Bellotti (70')
22.45: A Technicolor Dream, de Stephen Gammond (90'). Clip soporte: "France" de Brian Storming, de Sepia

Atlas Santa Fe 2: Av. Santa Fe 2015, Capital Federal. Teléfonos: 503-ATLAS (28527)
15.00: The Rolling Stones: Gimme Shelter, de Albert Maysles, David Maysles y Charlotte Zwerin (90')
16.45: Work in Progress
18.00: NY77 The Coolest Year in Hell, de Henry Corra (87')
19.45: Beastie Boys: Awesome I Fucking Shot That, de Adam Yauch (90')
21.30: Fearless Freaks: The Flaming Lips, de Bradley Beesley y Mark Mike Shepperd (100')
23.35: The Pixies: LoudQuiteLoud, de Stephen Cantor y Matthew Galkin (85')

Atlas Recoleta: Guido 1952, Capital Federal. Teléfonos: 4322-8866/8936/8986
15.00: Vinicius, de Miguel Farra (120')
17.30: Loquillo: leyenda urbana, de Carles Prats (110')
20.00: Public Enemy: Welcome to the Terrordrome, de Robert Patton (104')
22.00: Celia The Queen, de Joe Cardona y Mario de Varona (84')
23.50: Made in Sheffield: The Birth of Electronic Pop, de Eve Wood (52')

domingo, 8 de febrero de 2009

Notas sobre El Chico de la Moto


“Tu madre... no está loca. Tu hermano tampoco, aunque lo piense la mayoría. Sólo está en la película equivocada. Nació en un momento inoportuno, en un lugar inoportuno. Tiene el don de poder hacer todo lo que quiere, pero no encuentra nada que desee hacer. Quiero decir "nada".” Dennis Hooper le dice estas líneas a Rusty James en un bar. Los dos están sentados de un lado de la mesa; del otro lado de esa frontera simbólica que es la mesa de ese bar, en el exilio del deseo, está El Chico de la Moto (The Motorcycle Boy). De un lado, los dos hombres se miran e intentan hablar; del otro lado, la mirada lejana del mejor Mickey Rourke señala una fisura, una distancia palpable como una amenaza, como una electricidad estática, pero alejada indefinidamente, imposible de ser clausurada: esa distancia es la que existe entre el tiempo y el tiempo ya transcurrido, entre lo que está pasando y lo que ya no es posible ser mensurado por su agotamiento, por su cambio de categoría: El Chico de la Moto está alejado del resto infinitamente porque cifra un misterio inaccesible, un poco a la manera de Bartleby: puede hacer lo que quiera pero simplemente “prefiere no hacerlo”.

En ese sentido, Rumble fish es evidentemente una película política: el espacio al que está circunscrita la narración pertenece al orden de lo cerrado, tanto para Bartleby (la oficina) como para el Motorcycle Boy (el pequeño pueblo). Ese ámbito cerrado puede ser leído como una metáfora del Estado (una forma de organización social que regula la vida), y está claro que las cuestiones jurídicas son una de las patas que sostienen la película. La crisis del deseo, la fatiga con la que mira el mundo El Chico de la Moto, su infinito aburrimiento (recordemos que en un momento dice que el único motivo por el que los otros lo habían elegido como líder era porque todo aquello de las peleas de bandas lo aburría enormemente), su mirada diferente, son cosas que no pueden ser toleradas por la Ley (el policía que finalmente lo alcanza). En algún sentido, él es como un buda, un iluminado: El Chico de la Moto, cada uno de sus gestos, cada palabra, más que dichas acariciadas por la voz, susurradas debajo o más allá de sí mismas, está atravesado por una paz infinita: ya ha dejado atrás todo, incluso el nombre propio. “No deberías haber vuelto” le dice el representante de la Ley. Pero lo que no acaba de comprender es que es que él vuelve para poder irse.




"Miramos a los animales porque nos traen noticias de otra parte. El animal guarda el secreto de la naturaleza del hombre y por eso lo interrogamos sin obtener nunca confirmación sobre nuestra propia naturaleza. Lo que el animal devuelve al hombre es su propio vacío (o, lo que es lo mismo, el vacío de sentido de su origen, del cual el animal, por principio, debía resultar una mediación)" (Link, Literatura y disidencia).

Probablemente, uno de los momentos más intensos sucede cuando el Chico de la Moto mira los peces y cuando luego los libera. La liberación de los peces es, no un sacrificio, sino la última enseñanza que le deja a su hermano Rusty James: no es la liberación de sí en una identificación con los animales, es la liberación de su hermano, para que puede romper el encierro en el que su propia imagen está (Rusty James quiebra, después, los vidrios del auto de policía que le devolvían su reflejo). La belleza del gasto está en la ausencia de finalidad productiva inmediata. Sin embargo, el final puede desautorizar esta lectura.

Cuando Deleuze habla de ciertos personajes de Melville en Crítica y clínica dice: "criaturas de inocencia y de pureza, afectados de debilidad constitutiva, pero también de una extraña belleza, petrificados por naturaleza, y que prefieren ninguna voluntad en absoluto, un vacío de voluntad antes que una voluntad de vacío (el negativismo hipocondríaco). Sólo quieren sobrevivir volviéndose piedra, negando la voluntad, y se santifican en esta suspensión. Son Cereno, Billy Budd y, más que ninguno, Bartleby". En la misma línea se puede inscribir El Chico de la Moto: la Ley no puede tolerarlo porque pertenece a una naturaleza primera, originaria, que no "es separable del mundo o de la naturaleza segunda, y ejerce su efecto en ella: revelan su vacío, la imperfección de las leyes, la mediocridad de las criaturas particulares, el mundo como un baile de disfraces".

Pero nada de esto importa. Los textos menos cercanos a la poesía tienden a cerrarse, a organizar un argumento sólido e inteligente, cosa que está al alcance de casi cualquiera. El texto poético, por el contrario, se abre constantemente, sus vacíos se derraman en exceso oximorónico hacia y desde nosotros. Uno puede querer ver en esa niebla constante que aparece a lo largo de toda la película una materialización o una objetivación de esta cualidad inaccesible. Fabián Casas dice que Rumble fish no es una película sino un poema; según Nicolás Rosa, la poesía más que un género es un sistema de interferencias: la idea alude, si entiendo bien, a una región no racional que corta el tramado sintagmático del mundo, el viento neblinoso que refresca los pulmones de los lenguajes. El viento que recorre Rumble fish.


Hoy en Radar: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/5095-872-2009-02-09.html

martes, 27 de enero de 2009

La muerte del Joven Thrasher


Los músculos de las piernas ya se me empezaban a poner duros.
Lo bueno es que como hacía mucho que no caminaba tanto me daba cuenta de cómo la sangre circulaba dentro de mí y de cómo me había olvidado de esa sensación. Hasta hace unos años atrás todavía iba a jugar al fútbol dos veces por mes al menos, pero después dejé, no fui más. Ahora me parecía como si yo fuese un muerto que volvía desde la tumba.
Íbamos caminando y pasamos por una disquería, le dije al Gato que seguro que ahí vendían merca o algo así porque hoy en día una disquería chiquita no tiene ningún sentido. Toda la gente que conocíamos ya no compraba discos.
Nos paramos en la vidriera con curiosidad, pensando en que quizás encontraríamos algo interesante. Quise prender un cigarrillo y me di cuenta de que me faltaba el encendedor.
—¿Entramos? —me dijo El Gato.
Atendía un tipo de pelo largo. Me pareció muy raro que no pusieran música. El Gato me dijo que por ahí al tipo le dolía la cabeza o algo y que por eso el local estaba en silencio. Me parece que el flaco nos escuchó porque en seguida puso cumbia. Lo miré y me sonrió, como diciendo “viste qué onda tiene esta banda”. Yo, a mi vez, lo miré como diciendo “la verdad es que no: es una garcha”. La mayoría de los discos eran de cumbia y de cantantes románticos; lo único cercano al rock´n´roll era una pequeña sección heavy metal.
—Mirá, boludo… mirá si estuviese acá El Joven Thrasher —le dije en broma al Gato.
El Gato me miró raro.
El Joven Thrasher era un personaje sobre quien El Gato contaba a veces alguna que otra historia, siempre de forma diferente y siempre muy evidentemente falsa, aunque nunca vi que reconociera que ese personaje no era real, sino que era producto de sus ganas de contar algo o del aburrimiento. Empezó a hablar acerca de él cuando estábamos en el colegio secundario, momento en el que aparentemente tenía relaciones con el Joven. Con los años siguió con la historia, aunque ya no nos la contaba a nosotros, digo a Lucía y a mí, (porque ya la conocíamos) sino que se había vuelto un relato obligatorio ante cada persona nueva que aparecía: al cabo de un tiempo, el Gato terminaba por contar alguna historia sobre El Joven. La mayor parte de las anécdotas del Joven Thrasher siempre estaban ubicadas temporalmente en nuestra adolescencia, sólo de vez en cuando introducía algún detalle más actual. Pero este día me iba a enterar de algo nuevo.
Según lo que decía El Gato, El Joven Thrasher era un flaco más o menos de nuestra edad, fanático del thrash-metal, que formaba parte de la hinchada de Tigre. Por supuesto que lo imaginábamos (porque nunca nos lo describió físicamente) vestido con chupines, botitas Topper negras, remera de Metallica o Venom, campera de cuero negra y pelo largo. Las hazañas del Joven Thrasher eran insólitas: a veces lo veíamos enfrentándose solo con veinte tipos de la hinchada de Nueva Chicago, y El Gato contaba que, aunque lo rodearan y lo cagaran a golpes, el Joven Thrasher siempre pedía más. Nunca una golpiza era suficiente para él. “Peguen, putos, peguen”, dice que decía. Otra vez contó que yendo a bordo de un colectivo casi vacío, camino a San Fernando, aprovechó que el chofer bajó en un kiosco para comprar cigarrillos y que el colectivo había quedado en marcha para ponerse él mismo al volante e irse con el bondi un par de cuadras. Levantó algunos pasajeros más y lo dejó tirado cerca del río.

Una sola vez El Gato contó algo que lo involucraba personalmente a él: parece que una noche volvían caminando de una fiesta por las calles del bajo de San Isidro. Él había tomado un poco, pero El Joven Thrasher estaba reescabiado, decía. Caminaron en silencio hasta que pasaron por una casa (supusieron que lo era) en un terreno muy grande. No es raro encontrarse por San Isidro con casas enormes y de grandes jardines, casi como mansiones. Lo extraño es que ésta parecía muy descuidada en comparación con las demás: adentro se veía todo oscuro, lleno de árboles y arbustos sin podar.
Una vegetación tan rara invitaba a la curiosidad.
Entre el terreno y la vereda había una pequeña pared de poco más de medio metro, y, cada tanto, una columna. El terreno, del que no sabían si era una casa, una mansión o qué, parecía muy grande; casi ocupaba enteramente la cuadra. A lo largo de toda la pared habían puesto, desde luego, rejas: varillitas de más o menos dos centímetros de diámetro. Hacia adentro no se veía nada porque era de noche y por todos los árboles y el pasto que había, pero los dos alcanzaban a intuir que había algo a lo lejos. Y la noche, el alcohol y el aburrimiento, los hizo más curiosos que de costumbre.
El Joven Thrasher fue el primero que habló. “Entremos”, dijo. En una situación normal El Gato se hubiera negado, hubiera tomado conciencia de que era muy peligroso y podrían ir presos. Pero la noche no parecía preparada para la duda. Además, negarse hubiese significado pasar por cobarde delante del Joven. Así que aceptó.
Empezaron a revisar las rejas buscando alguna que estuviese floja o que diera espacio para meterse. El Gato cada tanto miraba a la calle por si llegaba a venir alguien. “Estaba cagado, pero ya no podía echarme atrás”, dijo que había pensado.
—¡Vení que acá hay una que está medio floja! ¡Vamos a sacarla! —le dijo El Joven.
Entre los dos hicieron fuerza y consiguieron sacar la varilla. El Gato la quiso poner en el suelo y entrar. Pero el Joven le dijo que no, que mejor la llevaran, porque les podría hacer falta.
—Sacate el buzo y envolvételo en el brazo, por si viene algún perro —dijo también.
Nunca, decía El Gato, había estado tan asustado como en ese momento. Cuando levantó la pierna por encima de la pequeña pared y entró, sintió que se estaba mandando una cagada gigantesca. Los faroles de la calle no llegaban a iluminar nada dentro del terreno. La oscuridad era casi total, salvo por una especie de resplandor que venía desde el fondo del terreno. Todavía estaban cerca de la pared, o sea que tenían la calle ahí, a mano para volver, estaban a tiempo de irse.
Pero caminaron un poco más.
Muy muy despacio porque no sabían dónde estaban pisando. El Joven Thrasher iba adelante, pero El Gato no alcanzaba a verlo. Solamente escuchaba su voz que le decía “dale, vamos”. Esperá, dijo El Gato, y notaba que el “dale, dale” que venía como respuesta sonaba cada vez más lejano. En ese momento, “no sé cómo”, contaba, todo salió mal. No podía ver nada, así que tenía que dar pasos cortitos. Pero, aunque caminaba con mucho cuidado, igual no pudo evitar meter la pata en un pozo, o tal vez fue que pisó alguna cosa, no sé, pero la cuestión es que se cayó. Y lo hizo arriba de unas chapas o algo, porque el ruido en la madrugada de ese sábado fue tremendo.
Apenas unos segundos después, se encendió una luz en el fondo, desde donde venía el resplandor, y se escucharon ladridos de perros. Pudo haber sido solamente uno, pero El Gato imaginó una jauría. Dice que escuchó un “¿quién anda ahí?”, pero a esa altura del miedo tal vez sólo haya sido su imaginación.
Ni lo pensó. Todo duró segundos. Se levantó como pudo y salió corriendo. El buzo que llevaba envuelto en el brazo quedó tirado por ahí. Pero lo peor fue que en la desesperación por salir y escaparse, en la oscuridad, perdió el sentido de la ubicación. No lograba orientarse, ya no sabía dónde estaba el hueco, dónde estaba el lugar de la reja que habían sacado. Todo duró segundos, pero parecían décadas, contaba. Ya ni siquiera escuchaba si había más ladridos o si alguien gritaba. Al final, de casualidad (porque la hilera de rejas era muy larga), encontró el hueco. Le pareció que no era el mismo que por el que habían entrado, porque le costó más trabajo atravesarlo, tanto que casi se queda trabado.
Pero salió.
Una vez que estuvo en la calle corrió con tanta fuerza que los músculos de las piernas parecían prendérsele fuego. “Pensé que iba a entrar en combustión espontánea”, decía. Cuando llegó a la Avenida Centenario paró. Todo le hervía: las piernas, los pulmones, las ideas, el corazón. Recobró el aliento y se acordó del Joven Thrasher.
Tomó conciencia de que lo había abandonado.
Lo imaginó devorado por la salvaje jauría que el dueño de eso (porque no sabía si era una casa, un terreno abandonado, una mansión o qué) les había soltado; pensó que quizás en medio de la oscuridad El Joven había caído en un pozo (trampa, por supuesto, del terreno). Mientras esperaba el colectivo se preguntó por qué lo había hecho; por qué carajos tuvo que entrar en ese lugar del diablo, pero en el fondo, más intensamente, se preguntaba por qué había dejado solo a su amigo.
Durante un tiempo no se volvió a cruzar con El Joven; El Gato no tenía su teléfono. Cuando se veían era porque de casualidad se encontraban en la plaza o caminando por ahí. Así que por unas semanas, dejó de ir a la plaza y salía con un poco de miedo a la calle. No porque el Joven le fuese a hacer algo, sino porque le avergonzaba no poder explicar lo que había hecho: ¿cómo decir que uno fue un cobarde?
Cuando se volvieron a encontrar ninguno de los dos hizo mención a aquella noche: El Gato por vergüenza, El Joven vaya uno a saber por qué; quizás haya estado tan pasado que no se acordaba de nada, o quizás esperara que El Gato dijera algo primero, después de todo el que había estado mal era él.

Cuando le mencioné, en esa disquería horrenda, el nombre del Joven al Gato, se puso serio.
—El Joven Thrasher se murió —dijo— No sé cómo no te enteraste si hasta salió por Crónica…
—Me estás jodiendo, ¿cómo no me lo habías dicho?
—Boludo, se ahorcó en Puente Saavedra, del lado de Cabildo. Fui un quilombo terrible porque quedó colgando del puente y no lo podían bajar. Y los autos seguían pasando y el chabón ahí, como un péndulo medio macabro. Cortaron la calle y tuvieron que ir los bomberos con el camión ése que tiene la escalera ¿viste?, para ver si lo bajaban. Me contó El Gordo que habían llevado también unos reflectores para que los tipos pudieran trabajar, así que todo parecía un escenario, como si fuera un fragmento de una obra de teatro. La gente que miraba no lo podía creer. Y él colgando de la soga, con el reflector en la cara, moviéndose por el viento, por arriba de todo el mundo…
El tipo de la disquería había apagado la música otra vez. Me pareció que no tenía muchas ganas de que siguiéramos dentro; se daba cuenta de que no íbamos a comprar nada, así que dejó que el silencio y su propia mirada se volvieran insoportables. Yo tampoco tenía muchas ganas de seguir estando ahí, igual; lo que me había contado El Gato me había hecho cambiar el humor. Supuse que ya nunca más iba a volver a escuchar historias del Joven Thrasher y me entristecí.
Salimos y seguimos caminado hacia San Isidro. No faltaba mucho para que llegáramos a mi casa. La tarde se había nublado, y hubiese jurado que el frío que sentía ahora era diferente del de antes de entrar en esa disquería. El Joven había muerto.