jueves, 25 de octubre de 2007

Planeta Sprout


En nuestro contexto, tal vez lo mejor que se pueda decir de Prefab Sprout para que se nos revele su naturaleza divina es que ningún grupo argentino los ha mencionado nunca como una influencia. El rock argentino ha encontrado en los años de mayor popularidad internacional Sprout (la década del ochenta, principios de los noventa) otras formas más fáciles para establecer identificaciones (en los mejores casos: The Cure, Jesús & Mary Chain, My Bloody Valentine, etc; en casos menos afortunados: Oasis, Nirvana). Es que estos grupos tenían, además, una cualidad que es una condición sine qua non para una gran parte de la gente (me incluyo): una imagen irresistible, que incluso muchas veces opera con más fuerza que la propia música. Pero los Sprouts estaban bien lejos de ser lo suficientemente atractivos (aún teniendo a esa belleza vocal que era Wendy Smith) como para querer pegar un póster en nuestra habitación o salir corriendo a comprarnos una remera. Y, tal vez, la razón principal sea que definitivamente no es sencillo intentar una identificación compositiva con sus canciones, porque ¿cómo vérselas con un grupo que mixtura a Bucharach, McCartney, Gershwin, Cole Porter, Steely Dan, cierto jazzy-soul blanco, cierto funk light, etc.?
La historia empieza así: mientras en 1977 Inglaterra vivía el adorable espejismo punk, en Durham County, los hermanos Paddy y Martin McAloon empezaban a darle forma a la banda que se convertiría en uno de los puntos más altos de la historia de la música pop: Prefab Sprout (según Paddy –cantante, compositor, guitarrista, tecladista, y amable slow-speaker, por decirlo en términos seinfeldianos– el nombre a elegir para el grupo no debía de dar indicios acerca de la clase de música que ellos querían hacer). De los primeros tiempos del grupo quedan una serie de demos y grabaciones tempranas que con un poco de suerte se consiguen por la net, aunque cuando uno las escucha realmente no parece tratarse de la misma banda que luego conoceríamos. Evidentemente el espíritu de época del punk rock era tan omnipresente que hizo que uno de los cantantes más dulces y emotivos de la historia de la música pop cantara gritando (¡es más o menos como si descubriéramos un demo de Sade y nos encontráramos con que canta a lo Janis Joplin!), además de que se notan mucho los pocos medios técnicos; y que, como la banda de garage que eran, las canciones se resistían un poco a quedarse en tempo y escondían la genialidad detrás del barullo y la aún escasa destreza instrumental.


Dulces canciones que nublan tus ojos


Swoon (i.e.: desfallecimiento, desmayo) fue el primer disco, allá por 1984. Los primeros versos de la primera canción dicen: “Un bandido (outlaw) parado en una tierra campesina, en cada cara ve a Judas” (Don´t sing). Esa primera frase ya cifra gran parte del imaginario que luego Paddy iba a desplegar durante el viaje Sprout: primero, la fascinación por la cultura Norteamericana: el far west, el american hero, Elvis, las rutas, Manhattan; y por el otro lado: la religiosidad, la espiritualidad y las referencias bíblicas, producto de haber tenido una educación católica. Y hay, por supuesto, una tercera pata que, claro, es fundamental: el amor. No puede pensarse a los Sprouts sin la dimensión amorosa, del romance acabado o imposible y la melancolía más adorable que nunca se haya traducido a ese otro lenguaje que son las canciones. A pesar de que Swoon es un buen disco, tiene algunos problemas: Paddy todavía no acababa de encontrar la manera definitiva de cantar, la producción deficiente hace que el disco suene “chiquito” y sin la grandiosidad ultra hi-fi de casi todo lo que vino después, y las canciones aunque ya tienen un bosquejo de la estructura mccalooniana no consiguen dar ese salto que las convierta en pequeñas joyas brillantes y delicadas. Probablemente sólo Cruel sea la que ofrezca el mejor puente para lo que luego serían los Sprouts clásicos (“Soy un tipo liberal, demasiado cool para el dolor de macho/ Con un gusto secreto por la cereza en el pastel/ Mientras pierdo el tiempo lamentándome por los días/ que van de lo perfecto a lo meramente bueno”, Cruel).
Después de este disco, un acontecimiento crucial para la galaxia Sprout tendría lugar: el encuentro con el productor Thomas Dolby, quien en los ochenta era uno de los nombres propios a los que acudir cuando se trataba de sintetizadores y samplers (cfr. She blinded me with science). A partir de ahí ya nada podría detener la delicada maquinaria de Paddy: las canciones dan al fin con esas estructuras tan sofisticadas y tan poco habituales en la música pop, la instrumentación y el sonido perfecto permite que la mención de Donald Fagen sea pertinente, y la profundidad de Paddy como escritor se revela a una distancia de años luz de los demás. Para hablar de algunos contemporáneos: ni Paul Weller, desde Style Council, ni Roddy Frame, desde Aztec Camera, ni Robert Smith, podían competir como escritores con Paddy. Quizás sólo Morrisey pudiese vérselas con él, siendo tan pero tan diferentes.
Lo primero que produjo Dolby fue Steve McQueen (1985), disco que salió en EE.UU. como Two wheels good por problemas legales. Este es probablemente, como la mayoría de los críticos señala, el disco definitivo de los Sprout: hay una versión de lo western, con unos coritos a lo Beach Boys (Faron Young), una apelación al deseo como una forma de comunidad del hambre, que deja unas líneas memorables (“Si te llevás algo, devolvé lo bueno/si robás, sé Robin Hood/Y si tus ojos quieren todo lo que ven, entonces te anoto conmigo”, Appetite); canciones de amor tan desoladoras como tiernas: “¿Viste el tiempo? La dulce lluvia de Septiembre cae sobre mí como nunca/ hasta que me ahogo/ Cuando el amor se rompe” (When love breaks down), y aceptación del rechazo (“No sos el primero al que le pasa, pero lastima/Ella también es una persona/Y toma sus propias decisiones/¿Por qué no te unís a la Legión Extranjera/ si todavía estás enamorado de Hayley Mills?”, Goodbye Lucille # 1). Cada canción es una obra de arte: Desire as (“¿El deseo es una sílfide que cambia de opinión”), Bonny, Horsin´around, etc.
Además, a diferencia del primer disco, en éste Wendy Smith (coros) encuentra un lugar fundamental en el grupo. Creo que pocas veces un(a) integrante de un grupo significó tanto con una participación tan pequeña dentro de las canciones. Algunos biógrafos dicen que Wendy tocaba guitarras; la verdad es que si fue así, habrá sido en los comienzos. Se la puede ver con una guitarra colgada en el genial video de When love breaks down, pero en realidad es más para que Paddy pudiera teatralizar mejor la canción que otra cosa. En todas las filmaciones de conciertos, ella está a la derecha de Paddy, casi aferrada al micrófono, apenas balanceándose. Sin embargo, a pesar de que el papel de Wendy en los Sprout se limitaba a hacer coros y segundas voces, ella le da el carácter, ese extraño misterio, esa sensación de una cercana lejanía. Paddy es un cantante que te habla casi al oído; Wendy se encargaba de poner un poco de frío, un poco de niebla, un poco de irrealidad. Había sido una fan del grupo desde los comienzos (algunos dicen que groupie) y entró para aportar voces en el segundo single de 1983, que salió por su propio sello (Candle), The devil has all the best tunes. ¿Quién puede olvidar sus “uh uh, Johnny, Johnny, Johnny” y sus ojos verdes?
Esta etapa de los Sprout se completa con dos discos más: From Langley Park to Memphis, de 1988 y Protest songs, de 1989. El primero tiene clásicos como The king of rock´n´roll o Cars and girls, obligatorios en las FM, además de canciones tan elegantes como Nightingales, I remember that, Hey Manhattan, las mejores relecturas de la música norteamericana que se hayan hecho nunca. Protest songs, es el último disco de esta trilogía (conceptual y sonora).
En 1990, sale Jordan: the comeback, y marca un punto de ruptura con los discos anteriores. En principio es un disco más largo, de diecinueve canciones, que tiene menos cohesión, menos idea de totalidad. En la trilogía anterior la dominante era lo relacionado al deseo imposibilitado (siempre en términos ideales, porque nunca hay nada explícito, ni sexual, ni siquiera sensual en el sentido carnal, en el planeta Sprout) y al amor roto; en éste disco las otras dos patas del imaginario mcalooniano toman la posta: todo las letras deben leerse en clave bíblica o religiosa, y la presencia del far west es palpable ya desde los títulos de algunas canciones (Jesse James Bolero). Hay también una divertidísima canción que muestra algo que en general no aparece con mucha frecuencia en sus discos: el sentido del humor. Ése puede ser uno de los pocos puntos en contra que alguien tendría para condenarlos, porque incluso su canción más up-tempo y más animada (Cars and girls) tiene una letra que, aunque paródica, es inequívocamente melancólica (basta con escuchar el comienzo: “Brucie piensa que la vida es una carretera” y confrontarlo con el final “El chico consiguió un hot-rod, pero ésta es una carrera que no ganará”). En Jordan, Paddy se permite bromear con su fobia al casamiento y nos cuenta que hay un “baile cuyos pasos nunca pudo aprender: se llama ‘Marcha Nupcial’” (The Wedding March), mientras imita unas trompetas con una voz imposible.


Interludio




En 1992 sale una recopilación llamada A life of surprises, y a partir de ahí el grupo entra en un largo silencio. Durante ese tiempo Paddy se embarca en un proyecto solista llamado Earth: the story so far, una locura megalómana que aparentemente intentaba un recorrido por la historia de la humanidad, que ninguna compañía acabará queriendo y que ni siquiera él alcanza a terminar. El grupo recién volverá a la actividad cinco años después con Andromeda Heights, disco definitivamente adulto, definitivamente AOR, muy alejado de lo anterior en cuanto al sonido y la instrumentación elegida, incluso hay momentos en los que aparecen saxos que ni en un disco malo de Michael Bolton se atreverían a incluir. Además de que ya se va prefigurando la salida de Wendy del grupo: apenas se la puede escuchar en estas grabaciones. Es sin dudas el disco con menos identidad de los Sprout: si uno sacara la voz de Paddy difícilmente se podría pensar que es un disco de ellos. Las letras pierden un poco esa tonalidad propia de los discos anteriores, en donde desamor, pérdida y melancolía tienen una dramaticidad poética agridulce y enternecedora. Aquí el registro se vuelve más hacia lo melodramático, con versos como “El amor es una avenida de estrellas/lo sé porque he visto el resplandor” (Avenue of stars), o “La vida es un milagro, déjame decirte por qué/Si miras por encima tuyo, hay más estrellas/como ésta en el cielo” (Life´s a miracle).
El último disco original de los Sprouts saldría en 2001 y se llamaría The Gunman and other stories. Apenas empieza a sonar la primera canción ya nos damos cuenta de que las cosas se han encaminado con respecto al disco anterior: unos acordes de banjo nos mete de lleno en el viejo oeste, para soñar que “el amor es una bala de plata que aleja a tu mundo” y para declamar el deseo de que “escriban en mi tumba: aquí yace el chico que te robó el corazón” (Cowboy dreams). Las letras vuelven a tener la riqueza literaria habitual en Paddy: “Chica te canto esta canción por todas las miserias que te hice pasar/todos los cambios de ánimo que no puedo explicar/todos los días soleados que arruiné con la lluvia/por favor, perdóname si puedes” (I´m a troubled man).


Por qué no se puede no enamorarse de Prefab Sprout


1) El look ausente: En “la” década de los peinados, de los supervideos de Duran Duran, de MTV, los Sprouts eran la banda más confundida que podía existir. Si no, alcanza con mirar su primer video (When Love breaks down) en donde todo es perfecto y adorablemente lírico, pero Paddy usa… ¡una camiseta! ¡Parece Minguito, pobre! Mucho peor fue el periodo en que usó bigotes: uno no podía sino sentir como intolerable la tensión entre unas canciones tan lindas y un chico de veintipico con unos bigotes tan desastrosos. Mientras que, si uno ve a una banda que podría vibrar en una frecuencia remotamente parecida como Style Council, la comparación con los Sprouts es imposible. Ver a Paul Weller era como ver a un semidiós (aunque haya tenido también algunos looks ridículos), mientras que si veías a Paddy tenías ganas de regalarle un poco de ropa más o menos decente. De más está decir que los Sprouts no tenían peinados únicos (A Flock of Seagulls), ni sobretodos misteriosos (Echo & the bunnymen), ni unas personalidades conflictuadas (Morrisey), ni fama de excéntricos (Julian Cope), ni nada de eso. Sólo canciones.

2) Slow-speaking guy: escuchar hablar a Paddy es entenderlo, comprender por qué la música de los Sprouts es tan cool. No les habla a los entrevistadores, los envuelve en un susurro casi onírico. Hay que escucharlo.

3) Arrogancia ciega: Paddy no es sólo un músico pop, según sus propias palabras: “Sé que probablemente soy el mejor escritor del planeta. En serio. Solamente lo sé. Nadie sabe la mitad de las cosas que he escrito. Pero sé que soy realmente bueno porque me comparé con los grandes cantautores: Prince, Lennon y McCartney, Bacharach, Richard Rogers, Gershwin”. Esa infinita confianza en sí mismo no parece arbitraria si se observan algunas de sus letras como ejemplo:

Detrás de la suave y jugosa piel
Donde empieza el ADN o Dios
Donde se cimienta la putrefacción sub-gaélica
Con historias de tu madre
En mitos y en formas menos elevadas
Nace la gloria del cocktail temerario
(Dublín, de Protest songs)

4) La inocencia: el planeta Sprout es en cierto modo una huída hacia un espacio en el que no hay sexualidad sino idealismo romántico; todo ha sido depurado de cualquier connotación carnal. Tampoco hay demasiadas alusiones al mundo adulto del trabajo y las obligaciones; a cambio, encontramos referencias a la niñez y la adolescencia, como otras formas de la caída adánica. La poética de Paddy siempre gira alrededor de la pérdida y de un Edén al que es imposible regresar.

5) Los solos extraviados: En vivo los Sprouts eran una banda impresionante, sonaban tan ajustados que muchas veces superaban a la performance de los discos. Pero en algunos pasajes, sobre todo de la primera etapa, Paddy se larga a hacer solos de guitarra sin ton ni son: no llega a desafinar pero uno se pregunta qué quiere lograr. Es la misma clase de extravío que tiene lugar cuando por ejemplo, para tomar un caso argentino, Andrés Calamaro se pone a solear en la guitarra: en general, el resultado tiene más que ver con lo cómico que con la música.

6) Wendy: la corista realmente era una parte clave del grupo. Sin su voz entre lejana y de cálida frialdad, la banda hubiese sido distinta. Además, si uno es un chico, no puede evitar enamorarse de ella: tan frágil y tan marginal y con ojos tan verdes.


Fuera del tiempo

Que el mundo de Paddy es único y atemporal lo ejemplifica el disco que sacó una vez disuelto el grupo. I trawl the megahertz salió en 2003 y es probablemente el límite al que puede llegar un músico que venga del pop: son nueve temas, de las cuales tan sólo tres tienen letras, y en dónde la música está basada casi sólo en instrumentos de cuerda y alguna percusión. Violines, violas, cellos, bajo. El primer tema dura 22 minutos y tiene una letra increíble, por la extensión y por la profundidad. Todo el disco puede pensarse como un único tema que funcione como la banda de sonido de una persona que reflexiona acerca del paso del tiempo y de la vejez. I trawl the megahertz fue compuesto durante un periodo en el que Paddy sufrió de una enfermedad de los ojos que amenazaba con dejarlo ciego para siempre. La fragilidad de una existencia no pudo haberse plasmado en una grabación mejor.
Definitivamente, Paddy está en nuestro Olimpo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Ejercicio de melancolía académica

Todo mi dasein[1]
Y a cambio qué:
Una nada-de-ser[2].
Es que vos no entendés:
“te conformás” “con” “al” “para”
¡Óntica![3]

O en otra tradición,
Para compartir mi lenguaje
Para compartir mi mundo[4]:
Para hacer coincidir
Tu solipsismo y mi realismo[5]
Pero no.

Desde hace tanto
Sin Dios[6]
Desde hace un tiempo largo
Sin el hombre[7]
Y ahora esto.

Ahora, como Aquiles y la tortuga:
la imposibilidad de la meta[8].

Una ensalada rusa que ni Dios la entiende[9]
Lo que queda es el quinto viaje:
El vagabundeo estético.[10]


NOTAS
[1] Cfr. Martin Heidegger, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 1994.
[2] Cfr. Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Altaya, Barcelona, 1997.
[3] “Lo propio de los entes y los conceptos y términos relativos a ellos son “ónticos”; lo propio del ser y los conceptos y términos relativos a él, “ontológicos””. José Gaos, Introducción a El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1993, página 22.
[4] En el primer Wittgenstein, los límites del lenguaje son los límites del mundo.
[5] Cfr. Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, Altaya, Barcelona, 1997, página 143.
[6] Nietzsche: no hace falta señalar nada más.
[7] Cfr. Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
[8] “El rasgo esencial de esta inaccesibilidad del objeto fue muy bien señalado por Lacan cuando subrayó que no se trata de que Aquiles no pueda adelantarse a Héctor o la tortuga, sino de que no puede alcanzarlo: Héctor es siempre demasiado rápido o demasiado lento”. Slavoj Žižek, Mirando al sesgo, Paidós, Buenos Aires, 2000, página 19.
[9] Roberto Arlt, Los siete locos, Losada, Buenos Aires, 1995.
[10] Para una clasificación de los viajes, ver Daniel Link, “Tánger: ruina de la modernidad”, en Cómo se lee, Norma, Buenos Aires, 2003.


lunes, 8 de octubre de 2007

El lector: dos hipótesis




En el camino de la filosofía a otro tipo de ficción, no se puede no sentirse conmovido por la situación del Oso, quien se hace eco de la proposición número 7 del Tractatus logico-philosophicus. Así, plantea una confrontación con el plano musical, en el que se extiende una canción de Dr. Dog llamada Say something. Pero nuestro Oso recuerda a Wittgenstein y piensa que:

"De lo que no se puede hablar hay que callar"

Claro, también se podría creer que el Oso confía en la existencia de algún tipo de verdad última, es decir, que él creyera que el acceso a un originario que sustente todo el conocimiento –y en última instancia, la existencia– es posible. Y, así, lo que el plano musical (ese "Say something" de la canción) vendría a representar sería, no una confrontación, sino por el contrario una puesta en palabras de lo que el ingenuo animal pretende: que los libros que le digan algo.

El resultado, de todas maneras, de una u otra hipótesis es el mismo: el coma.


viernes, 5 de octubre de 2007

Ontología de la escalera

A una poeta

La poeta sonríe y el escribiente babea. Detrás de cada una de sus palabras se alcanza a adivinar el sonido del "No", pero igual no se puede evitar escucharla, y pensar qué pasaría si, y desechar inmediatamente esa posibilidad por ingenua, y recuperarla por la misma razón. Su cuerpo, racimo de lenguas, no adivina la romántica baba del escribiente, aunque la palabra torpe y desierta acabe por vaciarse en ninguna tarde.
De las muchas personas sentadas sólo una es él. Porque con un "él" basta para él.
Y cada paso ascendente en la escalera anuncia el encuentro con la poeta. Una vez ahí, en la llanura de látex, la cortina de mármol: duro, pero frío; sólo verbalidad aséptica. Es decir, no verbalidad. Otra cosa. Una cosa otra, diría un conocido.
La infección es mezcla; "mixtura" diría un desconocido.
Querer la infección, piensa, quererla, a la poeta.
Pero ella es-calera, está hecha para ser bajada, y en un movimiento ex-calónico lo echa a la calle, fuera de los límites de su edificio.
La sonrisa sigue ahí, la baba no.