miércoles, 12 de septiembre de 2007

Sad Songs City



Un poco de Fresán es mucho. Pero para bien
Hoy (o ayer, si me dejo llevar por el preciosismo cronológico) me acerqué, con un poco de esa sana expectativa que no pasa por mí ni día por medio ni cada dos por tres, hasta el CCEBA para escuchar lo que Alan Pauls y Rodrigo Fresán tenían para decir acerca de las ciudades literarias. Fue un día a plena literatura argentina, porque asistí después de rendir un parcial que involucró a Florencio Sánchez y a la intolerable poética nativista finisecular. De manera que el traspaso temporal, es decir, estético, se sintió y se agradeció.
Lo de Alan Pauls fue autobiográfico, breve y brillante, dando cuenta de una experiencia en Brasilia y del vislumbre de la futura rémora en que se convertirá lo actual, que ya contiene su propia ruina. Y Pauls dijo que hablaría poco para cederle a Fresán un poco de tiempo más, teniendo en cuenta que éste no venía a Buenos Aires desde hace cinco años.

El Regreso
Hoy (o ayer) también compré el esperado La lengua popular, disco que se siente en muchos sentidos como una vuelta. ¿De dónde? De varios lugares: en principio, de la obstinada errancia por el género de la canción popular a la que A.C. nos sometía últimamente. Esos discos, salvo Tinta roja, fueron geniales (hablo de El cantante y El palacio de las flores). Es más creo que en el disco que hizo con Litto Nebbia tuvo lugar la canción más hermosa que haya pasado por la garganta de AC: “Tengo una orquídea”, canción sin rock ni pop ni baterías, pero con cuerdas, con una letra delicadamente romántica y un clima a Último tango en París que no sabría decir en dónde está pero que está.
Sin embargo uno extrañaba al viejo y querido Andrés: el de dientes apretados, sentido del humor, carretera y guitarras eléctricas. Ëse AC nunca dejo de estar: el ya legendario show bajo la lluvia del Club Ciudad de final del año pasado lo probó, aunque claro ahí estuvo también Ariel Rot, el mejor guitarrista de rocknroll argentino. Y con él no se puede no pisar terreno de road movie.

Canciones Tristes
Faulkner le puso a su ciudad Yoknapatawa. Era un bueno nombre, si no recuerdo mal ese era el nombre indio de un río que hay en Mississippi. Pero no se puede negar que Sad Songs es un nombre muchísimo mejor para una ciudad.
Entiendo, o creí entender en su momento, que para Fresán Canciones Tristes, la ciudad que él construyó y que permanentemente se mueve y se traslada, funciona como sinécdoque de la Argentina (o más bien de Buenos Aires ¿no?), y tiene algo del París pretéritamente festivo que seguía a Hemingway a todas partes. La misma melancolía, tal vez.
De cualquier modo, yo también vivo en Canciones tristes.

In the Rye
En la década del ochenta Fresán escribió durante tres años una columna para la revista Pelo que se llamaba “El cazador oculto”, en la que me suena que daba cuenta del ambiente “rockero” de la época. Intenté buscar algún número de esta infame publicación argentina pero no di con ninguno que tuviese la columna citada. Aunque sí encontré el número aniversario de la Pelo de 1991 (400 números) en el que Fresán retoma su columna por última vez para recordar esos años pasados. La columna finaliza con las siguientes palabras: “Cuando éramos felices e indocumentados. Cuando las noches nunca parecían ser lo suficientemente largas”.
Al comprar esta revista allá por el 91 no entendí a qué se refería, supongo. No pude haber entendido. Hoy sí.

Saliva y sangre: el poeta fértil
Nadie sale vivo de aquí era un título muy apropiado para el 1989 argentino: el descalabre económico no ofrecía muchas posibilidades de sacarse la soga del cuello. Calamaro, en el texto del librito del disco, le cedió la palabra escrita a Fresán, quien pudo apuntar que la esquizofrenia cancionística era una marca de AC, metaforizada en la canción que cierra el disco, “Dos Romeos” (los famosos siameses Bang-Bang: “Bajo el signo de géminis incubado/ 69 es el número dorado/ Somos dos en uno, un todo formamos/ con doble cañon la carga disparamos”).

Starr
En el CCEBA me encontré, en una previsible casualidad, con un compañero de la facultad. Después de comentar muy sucintamente lo extraño que era tener a Pauls y Fresán ahí, literalmente frente a nosotros, le dije que con un poco más de pelo Fresán sería Ringo Starr.

Stone tongue
Calamaro le vuelve a ceder la palabra escrita inicial a Fresán en La lengua popular, aunque extrañamente, siendo que es ahora un mucho mejor escritor que en aquel 1989, el texto es muy poco inspirado; para ser sincero es más bien decepcionante.

Con la lengua afuera
Fresán parece invadido por una suerte de principio de desmesura. El interminable La velocidad de las cosas lo prueba; “¡Cómo teclea Rodrigo!” me dijo un compañero una vez. Y sí, pero no solo “teclea" muchas palabras sino que en ese texto hay aproximadamente nueve mil líneas narrativas disparadas hacia nosotros (fueron prolijamente contadas por mí), tantas que pueden llegar a abrumar a veces. En esta conferencia el mismo principio del exceso se hizo presente. Eso de ningún modo quiere decir que el monólogo se volviese aburrido. No, por supuesto. Pero Fresán soportó en carne propia, físicamente, su desmesura: después de hablar (leer) más o menos el mismo tiempo que Pauls y otros dos conferenciantes juntos, después, digo, de esa tour de force, el escritor abrió la boca y sacó la lengua en un gesto de cansancio que evidenció que su propia literatura literalmente “quita el aliento”.
Si no fuese porque considero que no tiene mucha clase hacerlo, me hubiese hecho firmar un libro. Pero, ¡ah!, el pudor...