sábado, 26 de enero de 2008

Alienación


Encontrar un sáncuche de milanesa bueno y barato cerca del Club Argentino de Ajedrez puede dar lugar a una auténtica dérive: uno se siente un poco Debord y un poco en París, al observarse siendo un cuerpo (en carne viva en busca de carne muerta) trazando recorridos absurdos en una deconstrucción urbanística de la Buenos Aires coqueta.
Igualmente, ahí termina el parecido: Debord buscaba una revolución en la vida cotidiana, una ruptura del continuum aparente que impone la sociedad capitalista, en cambio, uno sólo quiere masticarse un cacho de vaca.
La estupidez popular dice que llevamos mucha gente dentro: el enano fascista, el niño, el adolescente, el cerdo burgués, el rebelde, veinte años (en un –incierto– rincón del corazón). Pero olvida al situacionista. El mío me obligó a vagar por las excesivas calles porteñas en busca de comida, sin plan, desoyendo la voz vulgar que me recordaba los beneficios de contentarse con el indigno pero cercano pebete de jamón y queso, infame pseudocomida que, sin embargo, produce un cierto placer (inmediato: es decir, vulgar). La errancia me llevó hasta cierto arrabal, alejado del Club, austero y agauchado, en donde vendían milanesas a un precio razonable; sentado en la puerta, esperando por mi comida, casi al borde de la alucinación a causa de la hambruna, noto que del flujo de personas se recorta, como salida de una filmación precaria y un poco deteriorada por efecto del tiempo, una extraña mujer, anciana y pequeña, que se acerca hacia mí con intenciones poco claras.
—¿Y Pericles?— me preguntó afligida.
—¿Cómo dice?
—¿Dónde está Pericles? ¿Dónde?
—Mmm, creo que no lo conozco…
—Pero ¿y ahora? ¿Quién me avisa a las dos menos diez, eh?
No pude evitar la curiosidad de preguntarle qué iba a pasar a las dos menos diez. La mujer no me respondió.
—¿Usted puede avisarme a las dos menos diez?
—Y… no, yo ya me voy…
—¿Pero usted no es Pericles?
Me disculpé con la señora y le dije que ya era el momento de que me fuera: la conversación estaba yendo para un lugar que me resultaba incómodo. Me fui, mejor dicho, huí del lugar, abandoné mi milanesa a una espera perpetua, y corrí en busca de mi reflejo, en alguna vidriera, en cualquier auto. Cuando encontré un vidrio apropiado, me miré con fruición: para mi tranquilidad, yo era yo; por un momento, temí lo peor, que una mutación espontánea me hubiese afectado; durante unos segundos tuve miedo de que yo fuera Pericles. Respirando hondo comprobé que no.
¿No?

El episodio me dejó una conclusión; a veces hay que conformarse con lo que está cerca (sólo a veces); pero también una duda: ¿por qué la mujer, en lugar de esperar a que Pericles le dijera la hora, no miraba simplemente en el reloj que tenía, perfectamente en hora y funcionando, en la muñeca izquierda?

domingo, 13 de enero de 2008

Qué es oler una flor



Mi experiencia de lectura con Theodor Adorno no recuerda muchos momentos de poeticidad, por eso me sorprendió encontrarme con un cierto pasaje de Dialéctica del Iluminismo en el que los muchachos (no se olviden de Horkheimer) se permiten explicar qué es oler un flor:

"[es] el recuerdo de la felicidad más antigua y remota que
relampaguea al sentido del olfato, se une con la extrema cercanía
de lo incorpóreo. Es un recuerdo de la prehistoria. "

El argumento está relacionado con el pasaje de Odiseo por el país de los Lotófagos, estos tipos que la pasaban bomba en su tierra, comiendo flores de loto, sin preocuparse por nada, sin molestar a nadie, pero también sin producción y sin mercado. Odiseo, homo oeconomicus, que encarna el principio de la economía capitalista, no puede soportar que sus compañeros vivan al margen del mundo (entiéndase, el trabajo y la racionalidad de los fines) y se los lleva literalmente a la rastra. Pero el recuerdo de ese estado de plenitud que hubiesen podido mantener no iba a borrarse.
Me parece una idea muy hermosa pensar que cada vez que olemos una flor nos sentimos complacidos más que por el aroma por la rememoración de una felicidad perdida, pero también por la posibilidad de un cambio en el estado de cosas: la flor es una grieta que nos permite ver lo que puede ser el mundo, nos dice que las cosas podrían ser mejores que esto. Un ojo de cerradura en una puerta que creemos cerrada.
No en vano, muchos años después de Adorno, la relación entre las flores y la revolución fue entrevista por Alejandra Pizarnik, en su famoso poema, cuando dijo que: "la rebelíón consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos".
Lo bueno de la literatura es que modifica la experiencia: ahora oler una flor será distinto para mí.

jueves, 3 de enero de 2008

Kafka para multitudes



¿Cómo nadie advirtió hasta ahora que este sketch no era sino una reescritura de "Ante la ley"? Es evidente desde la elección del nombre del protagonista: Borges, quien tantas veces fue Kafka. Borges como personaje dentro de una reescritura de la parábola kafkiana es tal vez una las jugadas más irónicas de la cultura popular argentina.
La versión de H. Sofovich, llena de judaísmo (no olvidar las apariciones de Divina Gloria hablando en yiddish), enriquece notablemente el texto original: al colocar en el lugar del guardián a una mujer (Silvia Pérez); al escindir dialécticamente a Borges (en Álvarez); y al situar a dos personajes, misteriosos y carentes de lenguaje, tal vez no humanos, que podían ingresar al interior de la ley (en este caso, la ley es la mass media).
Otro elemento a tener en cuenta es la recurrente afición de Borges a las palabras cruzadas, tengo una teoría para eso pero temo ir demasiado lejos.