—Demasiadas coincidencias son un mal presagio —me dijo sin preocuparse por parecer amable ni por contestar a mi saludo—. Porque te empujan a hacer algo que vos quizás no harías por tu propia cuenta; intentan que dejes de lado tu voluntad, tu libertad para elegir ¿entendés? Vos decís “tantas coincidencias no pueden no querer decir nada, esto evidentemente está en mi destino, está escrito” y ahí cagaste, porque estás cediendo lo único que tenés: la capacidad de elegir. Es muy fácil caer en esa trampa. Yo lo hacía, pero ya no caigo. En cambio sí me caen simpáticas las casualidades, que tienen una naturaleza totalmente diferente a la coincidencia. La casualidad es un acontecimiento único y singular, en cambio la coincidencia es, por lo menos, dos hechos (o una serie de hechos) que se conectan en su referencia a otra cosa, mejor dicho, que uno los relaciona entre sí con otra cosa ¿no? Es una grasada.
—Sí, puede ser... De manera que vos, aunque una serie de coincidencias parecieran querer inducirte a hacer una cosa, no les hacés caso...
—Casi nunca... salvo en determinados días en los que deliberadamente me propongo encontrar esas relaciones. Hoy, por ejemplo, tenía ganas de que fuese uno de esos días; y llegué hasta este bar por unas señales que decidí encontrar.
La miré y pensé que estaba más chiflada que nunca.