Todos recordamos el momento (en Blue velvet) en el que Ben se pone a cantar “In dreams”, una de las canciones más lindas que haya hecho alguna vez Roy Orbison. Pero el ambiente de toda la escena es tan siniestro y aterrador, de tanta locura contenida, que hace que la canción sea algo así como un beso en los labios de alguien que está a punto de ser arrojado al vacío. Esa clase de belleza previa a una catástrofe, ese último don en la antesala de lo horrible, es una de las estafas más adorables que de las que se puede ser víctima. Pero no deja de ser una estafa.
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Cuatro personas en una sala. Ahí, ahí, acá. Y allá. La distancia espacial en realidad es la misma, pero hay otras distancias además de la meramente espacial, todos lo sabemos. Por ejemplo, uno no podría de ninguna manera afirmar que entre esos cigarrillos y yo existe la misma distancia que entre The picture of Dorian Gray y yo, aunque ambos objetos estén a la misma cantidad de centímetros de mis manos, sobre la mesa. El ejemplo agota la idea.
Es casi la una. Nos estamos despidiendo; como creo recordar vagamente que una vez dijo que cantaba le hago algunas preguntas acerca del tema. Dice que lo hace en un grupo de jazz. Le pregunto por su cantante favorita, respuesta correcta: Ella Fitzgerald. Y dice que grabó algunas canciones, entre ellas “Summertime” (favorita mía y de todos, claro). No puedo evitar pedirle algunos segundos de Gershwin. Ella se niega, más por humildad que por verdadera vergüenza, pero rápidamente cambia de parecer.
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Summertime,
And the livin' is easy
Fish are jumpin'
And the cotton is high
Your daddy's rich
And your mamma's good lookin'
So hush little baby
Don't you cry
One of these mornings
You're going to rise up singing
Then you'll spread your wings
And you'll take to the sky
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¿Hace cuánto no te emocionás con alguien? ¿Días, semanas, meses, tal vez? Sin embargo, a veces hace falta tan poco (¡en realidad no es poco!), o mejor, alcanza con algo tan sencillo como una voz. Milagros de las personas. Una estudiante, en una sala pequeña, en Recoleta, delante de tres personas más (esa clase de intimidad), Gershwin, Ella, Cortázar (¿no se puede pensar en jazz sin pensar en Cortázar, maldita sea?), el cielo sin decidirse a llover o a caer sobre nuestras cabezas (cfr. Asterix, el galo, discursos de Abraracurcix), y la voz más dulce del mundo. Veinte segundos fuera del tiempo (¿raro, no?). En ese momento el universo se componía de una sola persona y su voz. Cuando terminó le mostré mi brazo: se me había erizado la piel.