Gracias a que en stay free pusieron Travesía Ideal de Spleen pude escuchar entero un disco que en su momento no compré (no recuerdo por qué) y que luego se volvió medio inconseguible. La canción estrella era “Ser feliz” (también canción de apertura de “Sábado maldito”); en mi opinión, uno de los puntos más altos del indie de la segunda mitad los 90 junto con (tiro un poco al voleo): “Planes”, de Perdedores Pop; “Amor vagabundo” de Leo García; “Melanie”, de Giradioses; una de Suavestar que no me acuerdo...
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Ante todo plantearse la felicidad es una estupidez que, además, tiene el mal gusto del lugar común. Pero el punto es que me di cuenta de que, desde hace algún tiempo, ya no pensaba más en aquello de “ser feliz”, ni siquiera para reírme de lo tonto que resulta.
No sé si es una cuestión interesante, probablemente no lo sea.
Y está claro que, si uno se plantea el tema, es porque está muy muy lejos de ese supuesto estadio. La felicidad, si ocurre, si existe, sucede mientras uno no se da cuenta ¿no? Algo parecido decía Kundera en La insoportable... cuando hablaba de la situación del hombre luego del paraíso: mientras estuvo allí, mientras no había conciencia, era feliz (y la falta de conciencia la ejemplificaba en la relación de las personas con todas las cuestiones escatológicas: en el Edén no existía el asco. Aunque, ahora lo recuerdo, Kundera también decía que el del paraíso no era todavía “el hombre”, sino que se convirtió en “hombre” luego de la expulsión). Hasta ahí la perogrullada.
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Creo que pocas veces en la vida –al menos en mi propia experiencia– uno tiene la lucidez como para darse cuenta de que está siendo feliz. Y cuando uno está siendo feliz y, de golpe, se da cuenta de ello, indefectiblemente esto arruina un poco el momento, lo degrada.
De este modo, da la sensación de que el lugar de la felicidad está el pasado no porque “el-tiempo-todo-lo-mejora” sino porque el tiempo es el que la erige y la moldea. La felicidad necesita de esa mano autoral; el reconocimiento nunca es en tiempo presente, y esto hace que muchas veces tomen cuerpo cadáveres de momentos que nunca fueron felices en verdad.
La felicidad es siempre exhumación.
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Si uno, afectando inocencia, busca en la red y escribe “ser feliz” en google se encuentra con que, por ejemplo, hay cursos para serlo. Y también hay muchos, muchísimos consejos. Por ejemplo: “Hacer algo divertido que no hayas hecho recientemente”, “Cuando dudes de actuar, siempre entre "hacer" y "no hacer" escoge hacer. Si te equivocas tendrás al menos la experiencia”, etc. Éstas, por supuesto, son palabras muy elementales para gente primitiva (yo también soy una persona primitiva, pero de estos “consejos” paso).
Más allá del mal gusto de la escritura de autoayuda, el problema está en que estas personas confunden la felicidad con la praxis vital. Porque, después de todo, no está tan mal la idea de –por ejemplo– “siempre entre `hacer´ y `no hacer´ escoger `hacer”, pero esto no tiene nada que ver con la felicidad, sino que –en todo caso– puede ser una fórmula efectiva para poner en marcha a las personas timoratas.
Acumular experiencias, si bien es tal vez la mejor opción de las disponibles, no me parece una forma de la felicidad, aunque Camus haya escrito que es una buena manera de responderse la cuestión del suicidio. Pero ese es otro tema.
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Nicolás Rosa, quien falleció hace poco, hablando acerca de “lo poético”, me ayudó a entender el carácter de ese fantasma elusivo que es la “felicidad”: Rosa consideraba que la poesía no es un género, porque podemos encontrarla tanto en una película como en un cuento o en una escena de la vida cotidiana. Entonces la definía como un “sistema de interferencia tanto del mundo natural como del mundo racional y del mundo literario, si entendemos que los mundos sólo son órdenes de la razón mientras que la poesía los desdeña. No es que la poesía sea irracional, está fuera del cómputo de la razón (...) es sencillamente una cosa con la que, a veces, muy pocas, tropezamos en nuestro camino”. Este pequeño párrafo da tan justo en clavo que asombra.
La narración, lo sintagmático, es posible de ser homologado con la vida, con el día a día. De este modo, lo que caracteriza a la existencia es su “sintagmaticidad”, por decirlo del alguna manera. Pero a veces –pocas, como dice el profesor Rosa–, dentro de la prosa sucede la poesía, que es la felicidad. De ahí que, al menos para mí, el ideal de lo “literario” sea la prosa poética: el ansía de tenerlo todo.
Ambas (poesía y felicidad) comparten ese rasgo, esa naturaleza, que las ubica más allá de la razón (más allá de la conciencia, también, como en el Edén); ambas se construyen en la negación de un mundo que a cada momento se revela impúdicamente uniforme (en una uniformidad que se enmascara en lo diverso); ambas se mueven en una alegre oscuridad.
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Y ahí lo entendí –tal vez vos ya lo hayas descubierto hace tiempo y me mires con una sonrisa–: la felicidad es –como la poesía– un sistema de interferencia, que hace que cada tanto la vida se salga del libreto, que el guión se altere, y lo poético, dentro de nuestra narración, suceda.
*Esta manera de entender este simpático estado, que tanta gente busca, prescinde del recurso extremo y dudoso de tener hijos (que para mucha gente debe de ser el grado máximo del “ser feliz”).
4 comentarios:
y cuando la poesía te fagocita?.
Terminas por convertirte en desecho.
¿Qué significaría que la poesía "te fagocite"? ¿O es que vos estás hablando en otros términos y, en realidad, estás queriendo decir "locura"?
¡Saludos J!
Veremos.
Si es "locura" o poesía.
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