miércoles, 14 de febrero de 2007
Después de San Valentín
Se limitan a mirarse en la oscuridad de la habitación, a degustar el silencio como si fuese una copa de un vino carísimo, con calma, haciéndole un lugar entre las dos bocas. No necesitan pronunciar el te quiero agonizante, comienzan la danza de esos muertos melancólicos alrededor de lo que solía ser ellos.
A veces, el cristal de la copa se rompe por la torpeza de las palabras y en lugar de estar en una elegante mesa de un restaurante que arbitrariamente ubicaremos en París (el lugar al que ellos, en un gesto que no despreciaba el cliché, suponían como el más adecuado para beber vino y mirarse en silencio) resultaba que no; que en realidad se encontraban en una taberna, sucia y solitaria, representando el cansador papel de dos borrachos pasados hasta la repugnancia.
Y, de pronto, la sorpresa de saberse gotas cayendo por la ventana.
Sólo La Ciudad, impermeable, contendrá su memoria, dulce leña del tiempo.
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4 comentarios:
Me gustaría postear este texto en mi blog (aclarando la fuente, claro está).
Por supuesto, sería un honor. :)
Que lindo texto!
¡Gracias!
¡Saludos!
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