Lo que no deja de ser curioso es ver otra vez la figura del conejo asociada a un cambio, a un pasaje entre coordenadas perceptivas; ya no en representaciones modernas sino en la dimensión mítica de una cosmovisión bien diferente, que –sin embargo– coincide en ver la potencia desestabilizadora de nuestro inquietante animal.
Así que la próxima vez que el calor del alcohol comience a sacar los conejos que hay en vos, no debés ignorar que cierto plano del cosmos se abre como si tu cuerpo no fuese más que la galera carnal que se necesita como instancia mediadora entre una y otra apertura; o mejor, como si vos no fueses más que un resto, lo que queda entre una y otra aparición de lo animal.
Por otro lado, ¿Los cuatrocientos conejos no es un excelente nombre para una banda de garage-psycobilly-pop?
No hay comentarios:
Publicar un comentario